“Por ello, en el fondo del universo,
y más lejos de Dios, está el sitio reservado
para quienes traicionaron a quienes debían haber amado.”
Dante Alighieri, El Infierno
Es la noche del 5 de julio de 1969. Es un invierno crudo y ha llovido en Buenos Aires. En el vestuario del viejo Gasómetro que le corresponde a Newell’s hay un ambiente distendido y se escuchan algunas risas. Es el entretiempo. La Lepra vence parcialmente por 2 a 0 a Unión en la final del reducido para jugar el Nacional. Unos días antes, en la semi, había ganado el clásico ante Rosario Central, así que todo marcha bien.
Nadie se imagina lo que está a punto de pasar. Mario Zanotti, lateral izquierdo rojinegro, sonríe con sus compañeros. No sabe que la vida está a punto de cambiarle para siempre.
A los 18 minutos del complemento, Bezerra marca el 3 a 0. Los pocos hinchas de Unión que quedaban en las tribunas, huyen raudamente rumbo al Luna Park. Esa noche pelea Carlos Monzón ante el estadounidense Richardson, 5 del ranking mundial y nadie quiere perdérselo. Queda menos de media hora de partido. Pero el tiempo es relativo, y en el fútbol eso suele ser una eternidad.
Un minuto después, Unión marca el descuento. A los 27’ del ST, el 3-2. Y en el último minuto del partido, Mario Zanotti quiere salir jugando, pierde la pelota y llega el 3 a 3 que desencadena el tiempo extra.
Es el mismo Zanotti quien va a buscar la pelota al fondo de la red, cuando a los 4’ del suplementario, otro error defensivo leproso le da la ventaja a Unión. Mario patea la pelota a la mitad de cancha para animar a sus compañeros. Pero no hay caso, Newell’s había recibido ya la mano del knock out. Una mano pesada, como la que mete Monzón en el tercer round para ganar su pelea.
Termina el partido y empiezan los murmullos. En el vestuario, el masajista (y árbitro de boxeo) Salvador “Pisahuevos” Alonso, lo quiso pelear.
Zanotti intenta subir al micro para volver a Rosario con sus compañeros, pero alguien le bloquea el paso. Queda solo, en el silencio de la noche. Queda dando vueltas la idea de que “algo raro pasó”. Y en el fútbol argentino, la sospecha pesa más que la evidencia.
Esa puerta que se cierra en su cara, marcará el inicio de la primera cancelación, o al menos la primera de alcance masivo para nuestra ciudad. Y un padecimiento infernal para quién estuviera en el ojo de esa tormenta.
“Abandonad toda esperanza, aquellos que aquí entráis”.
Dante Alighieri, El Infierno
En redes sociales, "cancelar" a alguien se refiere a retirar el apoyo a una persona por considerar que ha cometido un acto o dicho algo ofensivo o inaceptable. Esta "cancelación" suele manifestarse a través de críticas públicas, boicots, trolleo y hasta persecuciones digitales.
¿Era posible una cancelación en la década del 60, cuando los teléfonos celulares y la internet eran sólo locas ideas en los libros de Arthur C. Clarke? Saquen sus conclusiones.
Cuando Mario finalmente volvió a su casa, de inmediato le hicieron notar que algo no andaba bien. “Mis abuelos eran fanáticos de Newell’s y mis viejos me habían dejado con ellos. Cuando mi papá fue a buscarme, no le hablaron. Imaginate, ¡mis abuelos! Y no le hablaron por un tiempo. Y así, toda la ciudad”, recuerda Carina, una de sus hijas.
A la mañana siguiente el diario Crónica narró el partido en una nota titulada “Como por arte de magia”, alimentando las suspicacias.
Por si algo faltaba, se había esparcido como un virus en el aire el rumor de que era hincha de Rosario Central. El polvorín que se había estado acumulando, tuvo entonces la chispa que lo hizo volar por los aires.
Para Mario y su familia, se desató un infierno. A Newell’s no pudo volver, estaba fuera. Se lo hicieron saber muy claramente.
En el barrio, iba al almacén de toda la vida y no le querían vender. En los cafés, en los restaurantes le pedían que se levantara de la mesa y se fuera. En la calle, le gritaban de todo. La palabra “vendido” era usual. Y la menos ampulosa.
Como si todo esto hubiera sido poco, para poner más leña al fuego, la hinchada de Rosario Central hizo una canción “cargando” a los leprosos.
El periodista y ex Director de Radio Nacional Rosario, Omar Sapienza, recuerda que decía algo así:
“En una noche asquerosa, en la cancha del Ciclón
jugaron hace unos días Newell’s Old Boys contra Unión.
Los leprosos en las tribunas estaban lo más campante,
Jugaba un kilo el equipo y hasta hacía goles Musante.
<
Mientras Miralles contento, se abrazaba con Garrone.
Pero los chicos de Unión, uno de ellos con muleta,
empezaron a jugar y le hicieron la boleta.
Un gol en contra de Alas, uno Ansarda y uno Scotta
Y de allí el Rojinegro, no vio nunca más la pelota.
Adelante Rojinegro, adelante sin cesar,
que allá por el 2001 se van a clasificar”.
*Musante era el primer central, convirtió 2 goles esa noche. Perrone y Garrone eran dos altos dirigentes de la Comisión Directiva rojinegra, mientras que Raúl Miralles fue el dt esa noche
La temperatura iba en aumento. Un día, Zanotti caminaba por una de las calles de Rosario y escuchó esa palabra que tanto duele:
-Ey, traidor, fuiste para atrás
Eran dos tipos. Zanotti los ignoro. Los tipos insistieron. Todo terminó en una pelea. Aunque se habían equivocado. Porque ni siquiera era Mario. Era otro Zanotti, su hermano que tenía rasgos muy parecidos. A nadie pareció importarle demasiado.
“No podía caminar por la calle, directamente. No podía. Tuvimos que irnos de la ciudad”, lamenta su hija mayor.
"Tal es la justicia celestial que a cada alma da su merecido".
Dante Alighieri - El Purgatorio
Zanotti se crió en la zona de Jujuy y Rodríguez. Su mamá era portera del Colegio Almafuerte. Jugaba al fútbol con sus amigos en el Parque Norte, que estaba en la calle Wheelwright y Santiago. “Frente al Parque había una canchita de fútbol que le llamábamos El Cuadrado y ahí empezamos a jugar. Mario jugaba los torneos de Baby Fútbol y después se fue a probar . Newell’s, hizo algunas inferiores y llegó a primera”, cuenta el ex periodista y representante de jugadores “Palito” Socca.
“Condiciones técnicas no tenía muchas, lo que tenía una moral bárbara e iba muy al frente, muy al frente, era un caradura. Así, llegó”, continúa Socca.
Fuera de Newell’s y de Rosario, empezó el camino del exilio. Pasó por Platense, el Huracán del Flaco Menotti y Gimnasia de la Plata. Pero duraba poco en todos lados. Porque el estigma iba con él donde fuera. Y su carácter era indomable. De pronto surgió lo que parecía era una buena oportunidad de dejar todo atrás: la nueva liga de Estados Unidos.
Fundada en 1968, la NASL (North American Soccer League) fue la liga que intentó profesionalizar el fútbol en EE.UU. Además de capitalizar una audiencia latina e inmigrante creciente y atraer a los niños al deporte con algo más accesible que el fútbol americano.
Empezó con pocos equipos y escasa visibilidad, pero hacia mediados de los 70 se volvió un fenómeno mediático por una razón: el New York Cosmos fichó a Pelé. Fue el mayor contrato en la historia del deporte en ese momento. Con el brasileño, llegaron otras figuras como Franz Beckenbauer, Johan Cruyff, George Best o Carlos Alberto.
Mario llegó a USA en 1974 y jugó en Los Angeles Aztecs. “Era difícil porque no era lo que es Estados Unidos de ahora. En esa época casi nadie hablaba en español. Mi vieja llegó embarazada, mi hermana nació allí, yo era chiquita y él estaba mucho afuera porque allá las distancias son grandes”, cuenta Carina Zanotti. Pero el mundo en los 70s, ya no era suficientemente grande. En Estados Unidos se cruza con el padre de Palito Socca, al cuál le hace una petición: “que no diga nada de aquel partido con Unión, que los americanos no sabían nada”.
A Zanotti le va bien con su equipo. Ganan su conferencia ante Boston y van a Miami a jugar con los Toros la final nacional. Pero el pasado parece que siempre nos alcanza. El partido sale 3 a 3 y van a penales. ¿Quién es el arquero rival? Toriani, su ex compañero en Newell’s. Mario cruza el remate. Gol. Y campeonato. Una consagración que se hizo esperar y sabía a revancha.
A pesar de haber conseguido el título, ese fue el último partido de “El Perro” en los Aztecas. A Los Ángeles le siguió el fútbol mexicano, para luego desembarcar en Guatemala y finalmente en El Salvador, donde culminó su carrera. La de un verdadero trotamundos.
Y después de dejar el fútbol, la vuelta a Rosario para ser Mánager de Central Córdoba: “25 años después, caminaba con mi papá por la calle y alguien lo reconoció y le gritó: vendido”. Otra vez a Estados Unidos.
Lo había llamado un amigo para que sea técnico. “No le daban bola para hacerse los papeles ni nada, tampoco a renovar la visa. Era al azar que te pedían papel. Generalmente entraba por México, porque no había tantos controles, pero más que nada por comodidad”, recuerda Carina.
Mario sabía cómo eran los controles y siempre se las ingeniaba para pasar. Pero ya eran mediados de los 80 y las políticas migratorias se fueron endureciendo, lo mismo que las inspecciones fronterizas y un buen día el cambio de guardia se modificó y Zanotti terminó detenido por las fuerzas de seguridad de aquel país.
La pasó mal en la cárcel. Lo golpeaban. Le hacían sentir el rigor por no ser de allí. Por ser un desterrado. “El cónsul aceleró bastante los trámites, porque a veces te pueden encerrar hasta 6 meses. Pero estuvo preso un mes. Y ahí lo deportaron, lo metieron en un avión. Siempre se metía en líos, ¿eh? Siempre”, confiesa su hija mayor, después de mucho tiempo, con una sonrisa.
“Tras tanto errar, su alma al fin se aquietó, como estrella que al cielo retorna".
El Paraíso - Dante Alighieri
A pesar de la hostilidad, Rosario siempre fue su casa, su hogar. Y volvió. Tuvo un restaurante en las barrancas de la Costanera Central, en el Club General Savio. “Era un éxito, porque siempre tuvo magnetismo. Era la persona más simpática del mundo”, cuenta el célebre actor, director y productor, José Alberto Belén.
Pero algunos socavones en esa zona del río lo pusieron en jaque y cuando finalmente se derrumbó un muelle adyacente, se tuvo que ir.
Ya jubilado, sus días los repartía entre la lavandería de su hija frente a la Plaza del Che, su nieto, que juega en las inferiores de Central y con el que iba siempre a ver al canalla, y el café de Córdoba y Corrientes. Allí le recordaban todos los días el partido del ‘69. Sí, 50 años después.
Cuando sus amigos veían que pasaba por la peatonal algún hincha de Newell’s de años, lo llamaba y le preguntaba si se acordaba de “ese partido que Unión le dio vuelta cuando la Lepra ganaba 3 a 0”.
Generalmente la respuesta era: “Sí, claro, ese hijo de … del Perro Zanotti, no me hagas acordar”. Y entonces alguien lo señalaba a Mario y decía: “Bueno, es él”. Muchos se reían, o pedían perdón por los improperios, pero había algunos que aún medio siglo después se levantaban y se iban ofendidos.
Como cuando pasó un colectivo y un señor lo vio en la mesa del café, entonces sacó la cabeza por la ventanilla y le dijo “como te vendiste, Perro”, a lo que Mario contestó “no, hermano, te juro que fue el único partido que no me vendí”. El desconocido rió. Y todos le siguieron luego.
Quizás, esa fue su redención. Después de tanto tiempo, curar con humor lo que del enojo había nacido. Mario Enrique Zanotti falleció a los 77 años este enero. Tenía problemas coronarios desde los 40 años. En un exámen de rutina, le encontraron una infección en uno de los cables del marcapasos. Lo operaron, pero una infección se lo terminó llevando.
Este redactor charló una vez con él y la charla fue más o menos así:
-Buenos días, te quiero aclarar una cosa: yo no fui para atrás contra Unión, eh. Si hubiéramos vendido el partido no hubiéramos arrancado ganando 3 a 0. Lo que pasó es que nos quedamos sin piernas.
-Pero no entiendo, ¿por qué tanta diferencia física en el final?
-Mirá, es que la noche antes al partido vinieron unas chicas al hotel y bueno, no descansamos mucho.
-¿Y no pensaron que se las podía haber mandado la gente de Unión?
-Ahora que decís, puede ser. La verdad que en el momento no lo pensé.
Para llevar a alguien al infierno, no hace falta un celular. La condena popular es más dura que cualquier cárcel, y en Rosario el fútbol puede dictar sentencias más implacables que un juez. En esta ciudad, no se perdona perder… pero mucho menos se perdona ser distinto. La salida del abismo fue transformar el insulto en broma y la sospecha en anécdota. Mario Zanotti nunca pudo escapar de una sombra, pero aprendió a reírse de ella.
Quizás, funcione en nosotros también.


