"Que sepa coser, que sepa bordar, que sepa abrir la puerta para ir a jugar".

(Arroz con leche)

En su casa de pasillo de Echesortu, Teresa presiona el pedal una y otra vez y la máquina de coser toma velocidad. La aguja perfora la tela que va acomodando con las manos, una de ellas carga en la muñeca una especie de pulsera acolchada pinchada por decenas de alfileres. Algunos de ellos terminan retenidos en su boca, cerca de los lentes “de ver” que se van deslizando lentamente por el puente de la nariz. La foto es de 1987.

El oficio de modista y costurera –sí, en femenino porque lo ejercen en su mayoría mujeres como tantas otras actividades ligadas al imaginario patriarcal– y el de sastre –ahora sí en masculino porque casi todos los sastres son varones aunque hay sastras–ha sobrevivido al paso del tiempo, con sus modas y sus procesos económicos, y a pesar de las diferencias que marcan las épocas, hoy sigue vivo en pequeños talleres del centro y en otros tantos pasillos barriales. Ahí siguen las cosedoras, puntada tras puntada, remendando, pero también creando prendas, inclinadas sobre sus máquinas ahora más silenciosas, pero ya sin la notoriedad de antaño, de esos días en los que las vecinas sabían de primera mano a quien y a donde recurrir para arreglar la ropa.

La ciudad se llenó de edificios, de autos y toneladas de ropa en las vidrieras. De información veloz volando por redes. Se volvió más grande e insegura complicando la labor de modistos y modistas que trabajan en sus hogares y con ello, la dificultad creciente para su localización al punto que mucha gente desconoce dónde hay alguna cosedora o sastre cercano. A fin de achicar esa distancia, la escuela de Diseño y producción textil municipal inició la confección de un mapa público digital de costureras, modistas y sastres de los distintos barrios bajo el nombre Las Cosedoras de Rosario que permitirá a los clientes encontrar a profesionales textiles para arreglos, confecciones a medida o cualquier otro trabajo y a los trabajadores, mostrarse y fortalecer el oficio.

María Catalina, la primera cosedora

La idea de mapear a cosedoras y modistas surgió en el marco del Tricentenario de Rosario. “La docente Fiorella Belisomi empezó a trabajar con la consigna de los 300 años y el rescate de María Catalina Echeverría como esa única mujer que aparece en las pinturas más históricas de la gesta de la bandera, donde son todos hombres. La empezamos a denominar como nuestra primera cosedora”, indicó a Rosario3 Darío Ares, coordinador general de la escuela sobre aquella rosarina que cosió el paño albiceleste con los ojos de Manuel Belgrano encima. 

Pensar en estas primeras cosedoras tan al margen de los relatos patrióticos los llevó a las actuales. “Tienen un oficio que está invisibilizado, que generalmente es en solitario, y mal pago”, señaló el también docente de Estampería, quien profundizó: “La gente que lleva a coser las prendas y a reparar su ropa no sabe qué implica el trabajo de una cosedora, de una costurera, de una modista que son labores diferentes. El laburo que hacen muchas veces no se comprende. La gente va y les dice «Che, haceme un ruedo. Así nomás, es cortarlo un poquito». Y no, no es solo eso, hay que medir, hay que modificar la forma, hay que analizar si va a quedar bien. O eso de «hacele una pinza» y por ahí eso arruina la prenda”.

Así las cosas, el registro encarado, que ya suma unas 300 inscripciones de distintos barrios de Rosario y que sigue abierto hasta marzo de 2026, pretende transparentar la actividad, acercarla a la gente y facilitarla. “Hay que empezar a diferenciar quién es quién –planteó el coordinador–una costurera es alguien que hace arreglos y que no necesariamente tiene conocimiento en costura. Una modista trabaja más con la moldería, con la construcción de la prenda. Y después también estamos relevando sastres y sastras, que es un oficio que todavía perdura”.

Una imagen de María Catalina Echevarría.

Tirar del hilo

El mapa de Cosedoras de Rosario está en confección, pero las 300 inscripciones van revelando aspectos de cómo es el ejercicio de la costura  en la actualidad. “Es un oficio que se aprende sentándose en la máquina y cosiendo, no hay otro modo. Si bien está más vinculado a lo femenino, hay un buen porcentaje de varones también, sobre todo de sastres. Y gente joven también. Hay varones jóvenes que traen de familia el oficio”, destacó Ares. 

Los datos recogidos hasta el momento también indican la presencia de talleres que agrupan trabajadoras y trabajadores, modalidad que convive con la actividad solitaria en la propiedad, “Nos vamos encontrando de todo”, confió y remarcó: “Hay lugares donde hay una mercería y a lo mejor ahí cose la mamá y la hija, o el papá y una tía y capaz un hijo agarró la atención al público del negocio”.

De a poco, se va tejiendo una trama que descubre que el oficio está vigente, que las modistas y costureras tienen mucho trabajo pero sienten que está subvalorado y mal pago. “Es un oficio invisibilizado”, insistió el coordinador de la escuela, por lo que el desafío del mapa es ponerle nombre, apellido y dirección y de esta forma personalizar la actividad, destacarla y revalorizarla. 

Descoser

El trabajo de costura está más vivo que nunca. “Las cosedoras nos dicen que tienen mucho laburo, pero no es por lo que comúnmente se cree, eso de que por la crisis económica la gente termina haciéndose la ropa. En realidad –advirtió– es porque la gente compra mucha ropa por Shein o Temu, las plataformas de moda rápida”.

El fast fashion o moda rápida es un término que se refiere al modelo de producción y consumo de moda caracterizado por la fabricación masiva y rápida de ropa a bajo costo y mala calidad, que obedece a las últimas tendencias. De esta manera, satisface la compulsión de comprar y tener prendas que terminan siendo descartables. 

Esta manera de producir y consumir genera graves impactos ambientales, como la contaminación del agua, altas emisiones de carbono y la generación de enormes cantidades de residuos textiles, y tiene consecuencias sociales negativas relacionadas con la explotación laboral. Además,  la producción utiliza a menudo materiales sintéticos de baja calidad como el poliéster, que tardan siglos en degradarse y liberan microplásticos. 

Un paradigma del modelo es el Desierto de Atacama en Chile, donde se acumulan toneladas de ropa. Un informe de Todo Noticias (TN) de 2021 mostró la zona tapada de prendas  nuevas e incluso con la etiqueta y el precio aún colocadas. Esta situación sucede desde hace ya algunos años y se da por la cercanía con la ciudad portuaria de Iquique, un lugar que goza de beneficios fiscales para los productos importados. 

De esta manera, miles de productos llegan a este lugar del mundo a diario y los que no son reclamados o simplemente se descartan, terminan arrojados en la arena. 

El desierto del norte chileno que se convirtió en el basurero de la ropa usada. (Foto: Martín Bernetti/AFP)

Con el furor de la compra rápida, mucha gente se tienta con prendas que ve en Internet, pero cuando llegan a casa se rompe la ilusión. La camisa no cierra, el pantalón hace bolsa, la pollera no marca la cintura y las mangas del blazer no tienen fin. Ares mencionó que la dificultad para devolver los productos lleva a que la gente desista y termine llevando lo comprado a la modista para que ponga remedio. 

“Con este consumo fast fashion, las cosedoras nos dicen que el mayor laburo ya no es coser sino descoser”, apuntó el profesor, quien agregó: “Descoser es aprender a interpretar una prenda que ya tiene una moldería industrial, impersonal o muy cuadrada. Entonces, tiene que empezar a cobrar la forma de la persona que viene, se te presenta y dice «Yo quiero que acá me quede más corto, o que me quede así o caiga de tal manera»”.

“Las cosedoras –observó–están con mucho laburo, no es un oficio que esté perdido para nada. Pero hay que ponerlo en valor”, subrayó y consideró las dificultades que implica instalar un taller en el que se desarrollan diversas tareas que requieren distintos recursos tanto materiales como humanos. “A las modistas les llegan desde la puesta de un cierre, hasta achicar el puño a una camisa. Ellas agarran todo, pero tienen que sistematizar la producción. Ese laburo que no se comprende cuando la gente va y les dice «Che, haceme un ruedo, así nomás, lo cortás un poquito»”.

Coser para afuera

A las dificultades del oficio Graciela las conoce de primera mano. También sus bondades. Tiene 55 años y es modista en zona sur, desde los 14 cuando en la academia a la que sus padres la enviaron a estudiar Corte y Confección le otorgó un título. Heredó la máquina de coser de su abuela que le marcó desde la infancia un destino similar al de otras nenas de la época: “Mi familia me envió porque antes las mujeres éramos muy sumisas. Yo fui a la escuela primaria y a los 12 ya iba al instituto porque antes se estilaba de esa forma”, contó sobre sus inicios. 

Con el título y las recomendaciones de su mamá a las vecinas, Graciela comenzó a hacerse su propia clientela ya ganar dinero con una blusita por acá y una pollera por acá. “Coso para afuera en el barrio desde entonces, hubo un tiempo que tuve mi tallercito pero la importación de ropa coreana me obligó a cerrar. Ahora están los chinos”, sostuvo. 

Más allá de la impuesta herencia, Graciela está satisfecha con el camino emprendido. “Me gusta crear. Al que le interesa  la costura lo siente así, cada prenda es un arte, vos me das un trapito y te hago cualquier cosa”, aseguró. En su casa recibe a los clientes tanto para arreglos como para confecciones, tal es así que diseñó y cosió vestidos de novia.  Ahora, el caudal de pedidos es importante aunque no representa lo mismo en pesos. 

La compra por Internet, la fast fashion le reporta muchas prendas para recomponer, aunque según dijo, no puede cobrar como quisiera. “La moldería de esa ropa no es buena. Hace 15 días una clienta me trajo un trajecito de pantalón y chaqueta, que pidió por Internet. Linda la tela, pero el problema es el tiro del pantalón. Lo tuve que desarmar desde la cintura a las piernas. Eso es arreglar, todo lo contrario de lo que implica la ropa hecha a medida”, expresó.

Mientras escucha radio y cose en su máquina, la modista de toda la vida, celebró la creación del mapa de cosedoras. “Nos vamos a poder conocer todas las personas que cosen simplemente y las que hacemos moldes, cortamos y cosemos. Es una forma de promocionarse porque hay mucha gente que en los barrios no sabe dónde hay una modista”, analizó. 

Hilvanadas

Tal como augura Graciela, el mapeo intenta conectar a quienes trabajan en la costura y la moldería. Al desconocerse, tal como mencionó Ares, se les dificulta derivar pedidos  e incluso plantearse trabajos en conjunto teniendo en cuenta las diversas capacidades. 

La iniciativa también permitirá conocer a la modista del barrio. Quienes tengan que modificar o restaurar alguna prenda de vestir, contarán con información sobre las alternativas disponibles según una distribución geográfica.

Además, el registro es una herramienta para que la Municipalidad de Rosario pueda desentrañar qué les pasa y qué necesitan las costureras. “Ellas ven que de su laburo no está jerarquizado o expresan algunas problemáticas a la hora de relacionarse con el cliente. Osea, surgen un montón de cosas que están muy buenas para que nosotros podamos ir haciendo un poco más sólido este relevamiento,no solamente con una georeferencialización, sino también con capacitación”.

Quienes estén interesados en formar parte del mapa, deben completar este formulario