Primero se habló de abuso sexual. Después, de un cuadro de desnutrición. Pero según los equipos de Desarrollo Social de la Municipalidad no fue ni una cosa ni la otra: la muerte de una niña de cuatro años de Villa Honda, a fines de agosto pasado en el Hospital Vilela, se debió a una infección tratada de manera tardía. Eso no vuelve la historia ni menos dolorosa ni menos inquietante, por lo que revela de la realidad de los barrios.
La pequeña K. llegó al Hospital de Niños en estado crítico. Lo que había empezado como un dolor de oídos –una otitis corriente– evolucionó en dos semanas hacia una infección generalizada. Recién entonces la familia buscó auxilio médico. “En todos esos días sin atención tuvo fiebre sostenida, y un cuerpo con fiebre es un cuerpo que no se alimenta y que se deshidrata”, explicó a Rosario3 la directora general de Infancias y Familias, Andrea Fortunio. “Seguramente bajó dos o tres kilos por el desgaste natural de un proceso infeccioso. Pero no había desnutrición, ni antes ni después. El informe del Vilela es clarísimo”, agregó. Desde la dirección del hospital, ante la consulta de este medio, corroboraron: "Desde el punto de vista nutricional no tenía nada significativo: estaba algo adelgazada. Pero impresionaba la gravedad del cuadro con el que ingresó".
La novedad no significa un mejor diagnóstico social. En todo caso, revela una situación más compleja, típica de los barrios marcados en rojo en el mapa de pobreza: la dimensión alimentaria –que según los organismos estatales suele estar cubierta– convive con otras vulneraciones de abordaje más difícil. En este caso, la pregunta es incómoda: cómo se cuida a los chicos en territorios donde los adultos también están vulnerados.
El Estado en el barrio
K. vivía a metros del Centro Cuidar de Vía Honda, un barrio con alta presencia del Estado: jardín, centro de salud, equipos territoriales. Su mamá, de 28 años, no tenía trabajo y tampoco pedía asistencia alimentaria. Vivía con su pareja, un joven de 24. El padre de K. había muerto años atrás. “No teníamos intervención registrada de ningún tipo sobre esa familia”, señalan en Desarrollo Social.
Los hermanitos de la nena —de 8 y 10 años— comían en la escuela. Es decir, estaban escolarizados y sin signos de malnutrición.
La niña dejó de ir al jardín unos diez días antes de morir. El equipo docente, contaron desde Desarrollo Social, llamó varias veces a la madre, que relataba síntomas sueltos: fiebre, dolor de oído, “algo como una gripe”. En ese tiempo, la infección avanzó. No hubo consulta médica, aun con el centro de salud de Vía Honda ubicado cerca de la casa. Y no hubo alarma institucional anterior porque la familia no estaba vinculada al Centro Cuidar ni integrada a protocolos de seguimiento.
Cuando K. llegó al Vilela, ya descompensada, los equipos del hospital dieron aviso al área municipal de Infancias. “Nuestra intervención con la nena viva fueron tres segundos”, dice Fortunio con crudeza. Llegó un sábado, murió el domingo.
La intervención del Estado se activó entonces hacia los hermanos. El lunes posterior a la muerte, mientras la Justicia resolvía la situación procesal de la madre, los equipos municipales comenzaron a trabajar con la abuela y la tía. Se reconstruyó la historia escolar, alimentaria y familiar.
Hoy los dos niños están al cuidado de esos familiares —no de su madre—, escolarizados y dentro de los circuitos de seguimiento de la Casa de las Infancias y de la red territorial: escuela, centro de salud, Centro Cuidar.
Excepcional pero revelador
“Es un caso excepcional”, repiten en Desarrollo Social. No para minimizarlo, sino para señalar su singularidad: no se parece a las vulneraciones que suelen llegar al servicio local. Pero es revelador porque muestra un vacío en el vínculo entre el adulto y el sistema institucional que lo rodea. Además de falta de recursos para entender cuándo una criatura requiere atención médica.
Lo explica el secretario de Desarrollo Social, Nicolás Gianelloni: “Ese adulto tenía los recursos del Estado cerca, en un barrio superintervenido, y no los usó. Entonces, ¿qué nos faltó como agentes del Estado para que pueda decir ‘acudo a lo que tengo alrededor?”.
Para los equipos, la pregunta no es solo qué pasó con la niña, sino qué pasa con los adultos que deben cuidar. Y ahí aparece el diagnóstico estructural: “Hoy las vulneraciones de los niños tienen que ver con adultos vulnerados, con historias de vida rotas, paternidades jóvenes, familias debilitadas. No son sujetos de cuidado eficaces y por eso el Estado tiene que estar mucho más presente”.
La muerte de K. desnuda cuestiones que exceden lo alimentario: entre ellas, el deterioro del lazo intrafamiliar y el debilitamiento del vínculo con las instituciones, especialmente la escuela.
“A las familias les cuesta más llegar a las instituciones. La primera afectada es la escuela, que perdió el peso simbólico que tenía años atrás. El trabajo social hoy necesita articularse en red: escuela, salud, Centros Cuidar, equipos territoriales”, explica Fortunio
Intervención, límites y estrategia
Cuando el Vilela deriva un caso al servicio local de Desarrollo Social, el municipio acciona con los protocolos habituales: verificar antecedentes, adherencia a centros de salud, controles de vacunación, composición familiar, redes de apoyo.
Pero en este caso todo eso llegó tarde respecto de la evolución clínica. “Nuestra intervención sobre la niña fue mínima porque falleció a las 24 horas. Lo social se volcó sobre los hermanos”, remarcó Fortunio.
La lectura del municipio es que las políticas actuales van en el sentido correcto, pero deben profundizarse: más presencia, más prevención, más trabajo con los adultos.
“No alcanza con abrir un espacio municipal y dar comida. Hoy las tareas de cuidado están despedazadas. Hay que trabajar con el adulto, con el lazo, con lo vincular”, apunta Gianelloni.
Por eso —suma Fortunio— el municipio hizo en estos dos años una expansión inédita de políticas de niñez con los siguientes hitos:
-La apertura de la Casa de las Infancias (Mitre y San Lorenzo), definida como “el Heca de los pibes en crisis”.
-Una guardia de 24 horas que atiende sin demoras los casos urgentes. Solo el último fin de semana largo trabajó en 20 situaciones.
-Equipos de fortalecimiento familiar, que acompañan semanalmente a adultos responsables.
-Nuevos Centros Cuidar, con propuestas para primera y segunda infancia.
Todo esto implicó duplicar el presupuesto del área desde el inicio de la segunda gestión de Pablo Javkin e incorporar 70 profesionales a los dispositivos de intervención directa.
Los números
La apertura de la Casa de las Infancias generó un salto estadístico: de 4.500 carpetas familiares activas en agosto de 2024 se pasó a 6.500. “Cada carpeta es una alarma que sonó porque hay una vulneración de derechos”, explica Fortunio.
La participación en Centros Cuidar creció de 3.800 a casi 7.000 chicos.
La guardia de la Casa de las Infancias atiende entre 15 y 20 casos de vulneración grave por fin de semana largo.
Para el municipio, el caso de K. no derrumba la política social: la confirma. La obliga a ir más lejos.
La nueva guardia
La guardia, que funciona en el subsuelo de la Casa de las Infancias, abrió el 1° de septiembre, apenas días después de la muerte de K. Ya estaba planificada, pero aún no funcionaba cuando se produjo el hecho.
Hoy es la pieza que faltaba: la puerta de entrada inmediata para situaciones críticas. No reemplaza la red territorial, sino que la ordena y acelera. Articula escuelas, salud, Centros Cuidar, clubes y organizaciones barriales.
En palabras de los funcionarios: “La alimentación es una dimensión más. Una nena puede tener las comidas garantizadas y aun así quedar desprotegida si el adulto no puede cuidar. Las vulneraciones de hoy son complejas. No se resuelven con una caja de comida”.
Por eso la política social se piensa en tres capas:
-Promoción y prevención (Centros Cuidar)
-Fortalecimiento familiar
-Abordaje crítico (Casa de las Infancias + guardia 24/7)
La idea de fondo es evitar que un caso como el de K. vuelva a quedar fuera del radar. No porque falten instituciones, sino porque faltan adultos disponibles, fuertes, vinculados.
“Este caso nos interpeló. Nos obliga a ir más hondo. Nos dice que el Estado tiene que estar mucho más presente”, señala Gianelloni. Un Estado que se multiplica para sostener infancias que, muchas veces, no tienen quién las sostenga.



