Cincuenta años después del inolvidable recital de despedida de Charly García y Nito Mestre, el documental Adiós, Sui Generis vuelve a la pantalla grande en una versión digitalizada y con nueva mezcla de sonido. La cinta se estrena este jueves en 30 salas del país, incluido Rosario, recuperando un hito del rock argentino en tiempos de fuerte tensión política.

Su director, Bebe Kamín, hablo con Rosario3 y repasó el detrás de escena de una película que se convirtió en memoria viva de toda una generación.

Adiós, Sui Generis se grabó durante las dos funciones que convocaron a más de 30.000 personas en una Buenos Aires atravesada por la violencia política. Desde temprano, largas filas de adolescentes y jóvenes rodearon el estadio Luna Park para presenciar un adiós que, con el tiempo, se volvió leyenda.

Lupino Films recuperó ese documento audiovisual invaluable para que su reestreno se convierta en un acontecimiento cultural, “una puerta abierta para quienes vivieron aquel hito y para las generaciones que buscan comprender cómo nació el mito de Charly García y qué lugar ocupaba el rock argentino en la identidad cultural de su tiempo”, se detalla.

—¿Cómo llego a sus manos la propuesta para dirigir este proyecto?
—Hace muchos años que estoy trabajando en el cine. Estoy cerca de los 60 años de cine, que es un montón. Uno de mis primeros trabajos era el sonido. Mi primera relación con el cine fue hacer sonido, y en algún momento empecé a trabajar con Leopoldo Torre Nilsson, que es una figura señera en el ámbito del cine nacional. Pasó que, en un momento, Nilsson me llama porque quería hacer una película sobre un conjunto de rock. Su amigo Jorge Álvarez, en ese momento uno de los grandes editores de libros en la Argentina, le había comentado que, de repente, apareció un grupo. En realidad, era el manager, que puso en venta sus entradas en el Luna Park para un concierto de despedida, y las entradas se agotaron inmediatamente. Entonces, el operativo se completó de la siguiente manera: hubo un nuevo concierto el mismo día, hecho una vez terminado el primer concierto, y también se agotaron las entradas enseguida. Entonces, se detectó como un fenómeno poco usual. Nilsson me llama porque yo ya había filmado una película que se llama El Búho y por el hecho de que yo era sonidista, y me ofrece la dirección de esa película.

—Hasta ese momento, ¿usted tenía alguna referencia a lo que era Sui Generis?
—No, muy poca información. No soy de la generación de los que en ese momento escuchaban Sui Generis; gente que no llegaba a los 20 años. Yo ya tenía 30. Apenas me enteré. puse en contacto con la música que habían creado, porque habían hecho ya, no me acuerdo si dos o tres long play. La verdad es que me encantaron. No sé, cierta cosa poética que transmitía cada canción.

—¿Cómo fue ese contacto?
—En realidad, hubo muy poco contacto. Yo los conocía, obviamente, antes del recital, pero fue una presentación llamémosle casi formal, en el sentido de que ellos se enteraron que se iba a hacer una película y yo me enteré que ellos iban a tocar en el Luna Park. pero el registro de la película en sí fue más una propuesta que yo me hice, porque me preguntaba ¿qué hago?. No era habitual filmar un recital de rock and roll. Además, no sólo eso, sino que un poco lo que había visto, no era lo que había visto hasta ese momento. No era en un estadio cerrado ni nada por el estilo. Entonces, se me ocurrió apostar a una idea que, si bien el concierto era muy importante, lo que me gustaba investigar era la relación entre el escenario y la platea, entre el artista y el público. ¿Qué es lo que provoca un artista para que el público responda de una determinada manera y viceversa? ¿Qué le pasa a un artista musical cuando el público se pone adicto a lo que él le está ofreciendo? Creo que eso se refleja bastante bien en la película. 

Y continúa: “Hay una parte donde Charly García canta “Canción para mi muerte” y antes de terminar, de repente, se calla. Hay un silencio increíble. Imagínense que había como 15.000 personas en el estadio. Es un silencio que no se sabe si incomoda o no. El público respondió con silencio, pero cuando se dio cuenta de que era una expresión del artista que estaba en el escenario, estalló en una ovación extraordinaria y acompañó el final de la canción con sus propias intervenciones. Es nada más que un ejemplo. Me interesaba mucho ver qué le pasa a la gente cuando un grupo de rock o un grupo musical toca cosas que lo tocan sensiblemente. En muchas de las canciones que tocaron en el Luna Park, las cámaras enfocaban al público, no al escenario, no al grupo. Así fui creando como una especie de clima a lo largo de la película que a mí me parece muy representativo del momento, de la época en que fue hecha.

Kamin recordó que Adiós Sui Generis se filmó el 15 de septiembre de 1975, en plena situación crítica, muy difícil y muy violenta. En un momento que en la Argentina se veían episodios de terror en las calles, en las amenazas, en los asesinatos que se adjudicaban bandas parapoliciales y ese tipo de cosas. Y la película se estrenó el 15 de septiembre del año 76, muy pocos meses después del golpe militar y de que se transformara en la Dictadura, que es de los peores recuerdos que uno tiene sobre la historia de la Argentina. Así que, entre esas dos fechas, lo que pasó es que el único funcionario que pasó de un régimen que había sido elegido democráticamente a otro, que era el resultado de un golpe militar, fue el censor del cine. En ese momento se llamaba Ente Nacional Cinematográfico. Quien estaba a cargo era Néstor Tato y se dedicaba a cortar, prohibir, transformar y hacer cualquier cosa con las películas. Ese señor vio la película, en mayo del año 76 y la prohibió.

—¿Por qué?
—En general, la censura no da motivos, actúa de hecho. La versión que a mí me llegó era que, en realidad, era por la imagen que daba la película de la juventud argentina, de la juventud de Buenos Aires. Esto no era del agrado de las altas autoridades nacionales y locales. Entonces se hicieron una serie de gestiones a través de Torre Nilsson, que era una persona muy respetada y sobresaliente de la cultura nacional, que intentó, de alguna manera ver si se podía cambiar esa decisión. Finalmente se logró, pero la película se permitió para mayores de 18 años. Esto significaba que se le negaba al público natural que esa película tenía que tener, porque los que eran como adictos a la música de Sui Generis. La película se estrenó en una noche muy lluviosa, un poco tenebrosa. Circulaban las sirenas por las calles. En fin, era un momento trágico de la Argentina. Empezó una carrera que no duró mucho. No sé si estuvo dos o tres semanas en cartel. Y lo que sucede, habitualmente, que cuando una cosa está prohibida, se hace más deseada. La prohibición es como que es una especie de llamado para que quien la requiere, quien la enfrenta, tiene que vencerla y ya tener una gran satisfacción de poder haber quebrado la barrera de la censura. Entonces, empezó a circular por el Gran Buenos Aires en funciones que eran básicamente de trasnoche. 

Con el correr del tiempo, recuerda el entrevistado, “la película se transformó en una especie de fantasma que recorría la Argentina. Y así fue haciendo su carrera, como una película que no tenía una existencia oficial, pero sí tenía una existencia real. Y así permaneció hasta la democracia, cuando volvió a poder proyectarse. Yo conservaba una copia de 35 milímetros que se proyectó este año, en el mes de abril en el contexto de Bafici. También se proyectó en Rosario. En las funciones, la gente cantaba y se movía al compás de la música. A mí me hizo acordar mucho al concierto original. Era como volver a estar en el Luna Park”. Me llena de satisfacción.

—¿Cómo ve, a la distancia, a 50 años, aquel hecho cultural que quedó plasmado a partir de su visión?
—La importancia de Sui Generis es que sintonizó exactamente con el sentir de una gran parte de la población, tanto en lo musical como en lo poético, tanto en la expresión de ciertas cosas que tienen que ver con la sensibilidad como también con ciertas cosas que tenían que ver con la ideología. A pesar de haber estado poco tiempo, se insertó dentro de lo que se podría llamar la cultura joven del país. La película un poco me parece que registra ese hecho en términos de que representa ese momento con esas caras, con esa vestimenta, con esa forma de gritar, con esa forma de moverse. En ese sentido, también el hecho de haber incluido al público como parte de la película es porque mi intención era registrar algo que no era común en ese momento. Imagínense en plena época de terror estatal, la gente se siente como en un espacio que le es propio, en un espacio donde puede manifestarse, donde se puede poner alegre, donde puede bailar. Se crea una situación utópica: afuera era terrible, pero adentro era una manifestación muy intensa de aquello que uno reprimía. Adentro, se muestra el gran momento de la música, del rock argentino, y afuera, como el polo opuesto. Hoy tengo esa sensación con el tiempo que pasó, porque cada vez que la veo, recuerdo ese momento.