La renta básica universal (RBU) se ha convertido en uno de los temas más candentes y debatidos en la política económica moderna. En un contexto donde la inteligencia artificial (IA) y la automatización están reconfigurando el mercado laboral a una velocidad vertiginosa, la RBU se perfila como una posible solución para los desafíos económicos y sociales emergentes.
El avance de la automatización suscita preocupaciones legítimas sobre la desigualdad económica. Los trabajadores de baja cualificación y aquellos en empleos rutinarios serán los más vulnerables al desplazamiento. En contraste, los individuos con habilidades avanzadas en tecnología se beneficiarán desproporcionadamente, incrementando la brecha entre las personas con ingresos altos y bajos.
La velocidad con la que progresan estas tecnologías supera con creces la capacidad de las políticas públicas para mitigar sus efectos adversos. Este desajuste puede conducirnos a un futuro cercano en el que el concepto de trabajo se redefina drásticamente, generando tensiones sociales significativas.
A pesar de su relevancia, la discusión sobre la RBU en los círculos de poder económico y político sigue siendo limitada. Diversos factores contribuyen a esto: desafíos financieros, incertidumbre económica, resistencia ideológica, influencias políticas, prioridades competitivas, falta de conciencia y escasez de resultados de experimentos piloto.
La idea de una RBU no es novedosa; sus raíces pueden rastrearse siglos atrás. Ha sido promovida como una herramienta para garantizar seguridad económica, reducir la pobreza y mejorar la calidad de vida. Se define como un ingreso incondicional proporcionado a todos los ciudadanos de un país o región, suficiente para cubrir sus necesidades básicas sin necesidad de trabajar o demostrar necesidad. La universalidad, incondicionalidad y suficiencia son conceptos clave en esta definición.
Guy Standing, uno de los defensores contemporáneos más prominentes de la RBU, argumenta que su implementación podría transformar la estructura económica y social, proporcionando una base financiera sólida sobre la cual las personas pueden construir sus vidas. Según Standing, la RBU no solo reduce la pobreza y la desigualdad, sino que también promueve la libertad individual al permitir que las personas elijan trabajos y actividades que realmente desean realizar.
Históricamente, ha habido varios intentos de implementar versiones de la RBU. En los años 70, el experimento Mincome en Manitoba, Canadá, proporcionó un ingreso garantizado a los residentes de una pequeña ciudad, mostrando mejoras significativas en la salud y la educación, y una reducción en la tasa de hospitalización. Más recientemente, entre 2017 y 2018, Finlandia realizó un experimento proporcionando a 2,000 ciudadanos desempleados un ingreso mensual sin condiciones. Los resultados preliminares indicaron que los receptores de la RBU tenían niveles más altos de bienestar y confianza en el futuro en comparación con el grupo de control.
La entrada en escena de la IA y la automatización sitúa a la sociedad en la antesala de un gran desempleo. Se estima que para 2025, las máquinas y algoritmos realizarán más del 50% de todas las tareas laborales, en comparación con el 29% actual. La implementación de una RBU podría ofrecer un apoyo financiero continuo a aquellos que pierdan sus empleos debido a la automatización, reduciendo la ansiedad económica y proporcionando tiempo para la reeducación y la transición a nuevos roles.
La RBU, al ser universal y percibida por todos, podría estimular la economía aumentando el poder adquisitivo de los ciudadanos. También podría reducir la “trampa de la pobreza”, donde los individuos se ven desincentivados a trabajar debido a la pérdida de beneficios sociales. Al ser incondicional, la RBU elimina este problema, incentivando así la participación laboral y el esfuerzo empresarial.
Sin embargo, hay opiniones contrarias a la RBU. Algunos sostienen que podría desincentivar el trabajo, provocar inflación y aumentar los precios, especialmente en sectores como la vivienda y los alimentos. Además, una RBU uniforme podría no ser suficiente para cubrir las necesidades básicas en áreas más caras.
La financiación de la RBU es uno de los aspectos más críticos y debatidos. Una propuesta reciente es implementar impuestos a las empresas que utilicen IA y robots para reemplazar a los trabajadores. Esta idea ha sido respaldada por figuras como Bill Gates. Los impuestos podrían basarse en el número de robots utilizados o en el valor de los trabajos que reemplazan. Otra propuesta es la reestructuración del sistema de bienestar social existente, eliminando o reduciendo otros programas de asistencia social y redistribuyendo esos fondos hacia la RBU. Esta simplificación podría liberar recursos actualmente destinados a la administración de programas fragmentados.
También se ha planteado la implementación de impuestos progresivos, como impuestos sobre la riqueza neta de los individuos más ricos, aumentar las tasas de impuestos sobre la renta para los tramos superiores o aumentar los impuestos corporativos y cerrar las lagunas fiscales. Otra posible fuente de financiación podría ser los impuestos sobre el consumo, como el IVA, estructurados de manera que mitiguen sus efectos regresivos.
Eliminando subsidios gubernamentales ineficientes o perjudiciales para el medio ambiente, como los subsidios a los combustibles fósiles, o obteniendo ingresos de la explotación de recursos naturales en determinadas regiones, también se podrían generar fondos para financiar la RBU.
En definitiva, la RBU podría convertirse en una de las claves del futuro al ser una potencial solución al problema que presenta la irrupción de la IA y la automatización. Este desafío latente y el desacople histórico entre políticas y realidad social obligan a los Estados e instituciones a abordar el impacto de estas tecnologías en sus ciudadanos antes de que sea demasiado tarde.
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