Un padre muere en el verano de 2020, cuando la pandemia no es, todavía, encierro en Rosario. Los hijos van al consultorio de Urquiza y Oroño a desarmar, a revisar también, los papeles y libros en los gabinetes. El padre es Ernesto Rathge, reconocido psiquiatra y psicoterapeuta, uno de los peritos de un caso judicial que abrió y cambió el devenir del siglo en materia penal: la muerte de Natalia Fraticelli en Rufino, el 20 de mayo de 2000.

Uno de los hijos que bucea en ese legado es Federico, guionista y cineasta. El encuentro con ese archivo activa en él un impulso que derivará en una obra propia. Un documental, o docuserie, que provocará una revisión de la memoria colectiva de aquel hecho. Lo hará con una herramienta potente que empieza a descubrir en esos documentos del padre: la investigación de lo que realmente ocurrió en aquella casa de Rufino es apasionante y cruel. Una trama que permite una reconstrucción distinta a la que perdura en el imaginario.

El crimen que no fue

 

El audiovisual de Ratghe, “El Caso Natalia Fraticelli”, se estrenó a fines de 2023 en cuatro episodios. Se puede ver gratis en la plataforma Contar. Es curioso: lo siguen presentando, etiquetando, pese a todo el esfuerzo de la defensa de la familia Fraticelli y del propio documentalista, como la historia de un crimen. Un crimen que no existió.

Natalia, según probó la Justicia al final de todas sus instancias con evidencia científica, se suicidó a los 15 años al ingerir pastillas de noche. Sus padres, que la encontraron en su cama la mañana siguiente sin vida y con una bolsa de nailon en la cabeza, fueron acusados de filicidio en base a indicios muy débiles. 

La madre, Graciela Dieser, tenía “manos grandes” y una vez la retó con una cachetada. El padre, el juez Carlos Fraticelli, era un marido infiel, con cara de loco que tomaba Gancia y whisky. De eso se nutrieron los investigadores para construir un relato. Pero no había pruebas fácticas de un homicidio, salvo que Natalia estaba muerta y en la casa solo estaban ellos. Si su hermano, Franco, hijo adoptivo de la pareja, hubiese estado esa noche en la vivienda también hubiese sido señalado. Ese es el nivel de fragilidad que surge al revisar el caso que este 20 de mayo cumple 24 años de iniciado.

El documental expone voces con distintos roles y enfoques. El fiscal acusador Tomás Orso accedió a ser entrevistado por Federico Ratghe y equipo. También hablan periodistas, peritos, familiares, Franco Fraticelli, entre otros. Pero el testimonio del abogado defensor de Graciela Dieser, Héctor Superti, resulta vital para desarmar aquella acusación que quedó instalada.

Superti, que después fue ministro de Justicia, encabezó un equipo que asumió el desafío de cambiar el eje de la pesquisa. La Justicia, los medios y los vecinos de Rufino se preguntaban quién mató a Natalia. Descartada la hipótesis de un intruso, solo quedaban los padres allí para señalar. Eso, sumado a las presiones políticas del gobierno de Carlos Reutemann para encontrar a un culpable, el oscurantismo policial y el sistema inquisidor en donde el juez investigaba y juzgaba al mismo tiempo, decantó el armado posterior.

De toda familia, de toda persona en su vida íntima, si se reconstruye con fragmentos separados, se puede construir un monstruo. Eso, resumió Ratghe en diálogo con Rosario3, sufrió la familia Fraticelli Dieser. Los padres habían perdido a su hija, les tocó perder mucho más. Graciela estuvo seis años presa de forma injusta y después se quitó la vida.

La pregunta indicada, desarrollada por Superti en el documental, no era “¿quién mató a Natalia?” sino “¿cómo murió?”. Entender las últimas horas de la adolescente que tenía un leve retraso madurativo. Ella había sido víctima de un desengaño amoroso y bullying de sus amigas (inventaron cartas de un supuesto chico enamorado de ella). En el tacho de basura de su habitación, junto con el blister de las pastillas que había tomado (más de 20 de Uxen Retard) y que la asfixiaron por su cuadro de epilepsia, estaban esas cartas rotas.

Realidad, ficción y recorte con intención social

 

–Como ocurre muchas veces en el periodismo, en la home de Contar el trabajo se encuentra en el apartado “Documentales sobre crímenes reales” y me llamó la atención porque la investigación viene a desmontar el imaginario de que hubo un homicidio, salvo que consideremos la acción criminal de un sistema contra la familia Fraticelli y Dieser, ¿vos cómo definís la serie?

–Es una docuserie basada en hechos reales, todo documental tiene la intención de estar basado en hechos reales aunque pienso que el documental no existe tal cual lo piensa la gente. Para mí es una ficción porque hay una selección, un recorte, un ordenamiento, una mirada, cosas que quedan afuera y un guion. En los últimos diez años de documentales, sobre todo de miniseries, se fuerza la maquinaria narrativa para sostener la tensión y la atención del espectador. Muchas producciones en Netflix y Amazon tienen estas estructuras que abren muchas preguntas, retrasan las respuestas y conducen la metahistoria que construye el espectador (que quiere adelantarse a lo que muestra la historia, anticipar quién es el asesino, por ejemplo). En este modelo de narrativa se busca inducir la mirada hacia un lugar y después defraudar eso. Los guionistas de documentales (sí, los documentales tienen guion, hoy más que nunca) buscamos eso para sostener la tensión y expectativa.

El documental tiene una intención social: pasar en limpio y tratar de revertir ese imaginario deformado del caso

Me parecía que era un riesgo que vean solo el primer capítulo y suelten la historia. Un riesgo porque tenía una intención social con este documental: pasar en limpio cómo fue todo el proceso del caso, no solo judicial. Tratar de revertir ese imaginario que había quedado obturado o directamente deformado, por como se comportó el periodismo en el primer segmento del proceso.

–¿Cómo fue esa construcción a partir de revisar el trabajo de tu padre como perito del caso?

–Después de desmontar y revisar el consultorio de mi viejo, investigué y elaboré un guion. Lo solté un tiempo y cuando apareció la iniciativa Renacer Audiovisual, para reflotar la industria por el parate de la pandemia, presenté el proyecto y ganó. Entonces, al releer todo eso me encontré con cosas que no sabía o contradecían mi visión del caso. Me acordaba más que el promedio porque mi viejo cada fin de semana me comentaba. Sabía que Graciela, la mamá, había sido liberada y se había suicidado. Pero no recordaba el móvil de Natalia, todo el intríngulis que la lleva a tomar esta decisión. Nunca vamos a saber si quiso suicidarse o llamar la atención pero sí pudimos reconstruir lo que hizo previamente a la decisión de tomar las pastillas.

Nueve de cada diez me decían que no sabían que habían liberado a los padres y que ella se había suicidado

Yo no sabía que había ido esa noche a una fiesta de 15 y la habían echado. Que las amigas del instituto le habían hecho bullying de esa forma. Y pensé: “Acá hay mucha materia prima para un documental”. No solo por la sustancia propia de la historia sino por el desfasaje entre lo que pasó y la memoria colectiva sobre el caso. Le contaba a amigos, parientes, vecinos y te diría que nueve de cada diez me decían que no sabían que habían liberado a los padres, y que ella se había suicidado. Había una doble potencia ahí, en esas tragedias que se van anidando una en otra, que es terrible, y en la posibilidad de que la sociedad pueda redescubrir lo que pasó.

El director y guionista Federico Rathge.

 

–Otras producciones de este tipo juegan con finales ambiguos o se limitan a exponer hipótesis, en tu caso vos expones qué fue lo que pasó y contás la posible motivación de Natalia. ¿Tuviste un posicionamiento claro desde el principio o lo fuiste armando?

-Yo no tenía la intención de revelar que había un posicionamiento claro. No quería porque en realidad el documental va siguiendo los vaivenes del proceso judicial y de la prensa, o de cierta prensa que hizo bien las cosas y trabajó bien el caso. Primero son dos padres víctimas de la muerte de su hija, que sufren una tragedia. Al principio se supone que hubo una vendetta contra Fraticelli. El segundo movimiento es que no, que el círculo de sospechas se cierra en torno a la familia, el asesino -en la hipótesis de muerte en casa cerrada–, es uno de ellos dos, entonces los meten en cana. Los fiscales desarrollan la teoría del caso y después los abogados defensores Superti y Edwards la rebaten, lo hacen bien y llegan a a Corte Suprema, a la Corte Interamericana, se derrumba el sistema penal santafesino, ellos son liberados y Graciela se suicida. Me reservo para el final la explicación o hipótesis de por qué lo hace Natalia. Ahí viene lo especulativo (del guion) que es sostener hasta el final por qué lo hizo Natalia.

Los aprendizajes

 

María Cecilia Vranicich, la actual fiscal regional de Santa Fe que formó parte del equipo de defensa encabezado por Superti, habló con Rosario3 (el podcast con la charla se publica este domingo) y se refirió al saldo del caso Fraticelli.

Para la titular del Ministerio Público de la Acusación (MPA), aquella causa “fue la génesis” del nuevo sistema penal que pasó de escrito y cerrado a oral y público, y en donde el juez no investiga sino los fiscales. “En 2006 ya hubo una decisión de cambiar ese sistema, no solo por el caso de Dieser, que es conocido como Fraticelli pero el “leading case” es el de Graciela Dieser. La Corte tuvo que tomar una decisión administrativa para poder resolverlo porque nuestro sistema era inconstitucional”, expresó.

“Por eso –siguió la codefensora de la madre de Natalia Fraticelli– el proceso actual tiene un montón de errores y cosas para mejorar pero es exponencialmente mejor. El sistema por audiencias hace que nosotros rindamos cuentas todo el tiempo, tanto el juez, como el defensor o el fiscal. Superti lo ha dicho: si el caso Fraticelli o Dieser lo hubiéramos tenido hoy no hubiéramos llegado a lo dramático del encierro de estas personas que estuvieron años así. Porque la lógica actual, por la oralidad y la evidencia, no lo hubiesen permitido nunca”.

Ratghe coincidió con ese diagnóstico pero hay otras tramas que se mantienen. El entonces gobernador Carlos Reutemann dijo que no quería tener un caso como el de María Soledad Morales en Santa Fe. Eso apuró las detenciones. "Eso es el Ejecutivo incidiendo sobre el Judicial. Tenías al Poder Judicial, al Ejecutivo y a los policías operando para que la cosas sucedan de una manera, más el periodismo azuzando porque vendía más si eran filicidas que víctimas. Fue una tormenta perfecta para ellos”, recordó sobre las presiones que existen en este tipo de casos sensibles. 

“Los policías sembraron la hipótesis del filicidio y los medios nacionales la empezamos a comprar”

Un aprendizaje del caso fue, entonces, cambiar el sistema penal. Pero surge en el documental el rol del periodismo y los intereses oscuros de policías que querían sacarse de encima a un juez como Fraticelli, quien investigaba complicidades en un prostíbulo. “Los policías sembraron la hipótesis del filicidio y los medios nacionales la empezamos a comprar”, reconoce el periodista Javier Díaz (A24).

Acto seguido, en ese capítulo 3 de la docuserie, Superti explica la legitimidad que tuvo el trabajo de los peritos que desmontó la acusación contra los padres y que no cobraron por su tarea. Algo de la mercantilización de la verdad, de la justicia y la comunicación devenidas en show, se contrasta en esos minutos del audiovisual.

Pero al final del trabajo de Ratghe, llegó una respuesta. Muchos vecinos y vecinas de Rufino que vieron el  documental, y que aún dudaban de lo que ocurrió o que habían declarado en su momento en contra del matrimonio, alimentando los prejuicios, reconocieron su error. Se comunicaron con el director o con el ex juez, quien no habla en el documental pero estuvo en contacto con Ratghe y aún vive en esa localidad del sur santafesino (como “un memorial andante”). 

“Lo vio todo el mundo en Rufino –afirmó el director rosarino–. Me decían: «No puedo creerlo, está tan claro contado lo que pasó, le voy a pedir perdón a Fraticelli». Yo tenía esa intención fantasiosa de generar algo así pero me conmovió que se haya traducido en la realidad”.

El compromiso como rebeldía

 


“Lo único que nos importa de verdad es el amor y el trabajo”, dijo Ernesto Rathge en una entrevista años antes de morir. Es extraño cómo operan los legados pero hay algo claro: la docuserie “El caso Natalia Fraticelli” es mucho más que un trabajo audiovisual. Es el compromiso hecho detalle, las piezas pulidas de un rompecabezas. También la voluntad de enfrentar, señalar al menos, a un sistema que no ha sido del todo desmontado.

La gente de los medios y del cine tenemos que ser muy cuidadosos con las obras que realizamos porque afectan, pueden destruir personas

“Aprendí que la gente de los medios y del cine tenemos que ser muy cuidadosos con las obras que realizamos porque afectan, pueden hacer mucho daño, destruir personas”, afirmó Federico como balance del proceso que comenzó al revisar la biblioteca de su padre.

“Entonces –sigue el director y guionista– yo no quería hacer más de lo mismo y para eso me aferré a las conclusiones de la investigación, con fallos definitivos de la Corte Suprema”.

“No podía ser ligero. Yo sabía por todo lo que pasó Franco Fraticelli. Entonces tenía que sacarme un 10 en esto. No hay otra manera éticamente de hacerlo”, analizó y contó el costo que tuvo esa actitud. Una sobreexigencia no conveniente desde el punto de vista económico.

Algo de aquella premisa paterna, del amor y el trabajo, incluso de algunos trabajos como forma de amor, aparece subterránea en la búsqueda ambiciosa del documental. La intención de equilibrar una narración atractiva y rigurosa, justa con el tratamiento y que no ceda a las presiones, que las hubo de las partes interesadas en no revisitar las malas actuaciones que explican, de alguna manera, la pesadilla que vivió una familia.

En ese último punto radica lo vigente del caso, lo temible también, ya que 24 años después, aún con los cambios en el sistema penal, las presiones del poder político económico y mediático sobre las búsquedas de verdad y justicia siguen vigentes.