Ayelén Gallo y Nicolás Cantos tienen orígenes distintos pero sus vidas se cruzaron gracias a la pasión que sienten por el circo. Ella nació en Merlo, Buenos Aires, y se acercó por primera vez a uno con su mamá porque necesitaba trabajo. Él, cordobés de Villa del Rosario, es quinta generación de cirqueros y se crió entre carpas, payasos y equilibristas. Ambos son motociclistas, están de novios hace poco más de un año y protagonizan en el Servian, emplazado en la rotonda de avenida Francia, el show más peligroso: la famosa esfera de la muerte.

“Nos dicen «ustedes están locos, van a chocar». La gente nos ve y se agarra la cabeza, pero sabemos que le encanta lo que hacemos”, le cuentan la chica de 26 años y el chico de 22 a Rosario3 desde el borde mismo del globo, un par de horas antes de encender las Yamaha TTR 125 para sumergirse en el riesgo y la adrenalina. 

La tan temida esfera de la muerte es una especie de jaula circular metálica en la que ingresan, a su tiempo, varios motociclistas que dan vueltas y hacen piruetas de manera sincronizada y en dos grupos. Se turnan para entrar y llegan a ser entre cuatro y cinco rodando en simultáneo a velocidades de entre 60 y 80 kilómetros por hora, separados por pocos centímetros. El globo del circo Servian mide cuatro por cinco metros, pero existen más grandes en los que entran hasta diez motos.

Su historia de amor creció en la esfera, entre el ruido de los motores, los ensayos y la adrenalina del segmento que más atrapa al público. Llevan juntos “un año y un mes”, precisa Nicolás, aunque la relación tuvo idas y vueltas porque apenas se conocieron, en Tandil, ella viajó al exterior contratada por otro circo. Sin embargo, cuando volvió se reencontraron y al final se pusieron de novios. 

Ayelén y Nicolás se conocieron en el circo y son pareja desde hace un año y un mes. (Alan Monzón/Rosario3)

Antes la moto que la bici

Nicolás, un desenvuelto y ocurrente cordobés, asegura que aprendió a andar en moto antes que en bicicleta, al revés que la mayoría, porque ya desde chico quedó impactado cuando vio por primera vez a los motociclistas girando en el globo. 

“Yo fui un payaso, malo, malísimo, porque me daba vergüenza. Después saltaba en la cama elástica y hacía acrobacias. Pero a los siete años vi lo de las motos y dije «quiero hacer eso». Estábamos trabajando con mi familia en el circo por Chaco y mi viejo decidió comprar el aparato (la esfera) y una moto”, explica y agrega: “A los ocho o nueve años ya lo saqué, era chiquito”.

El acercamiento de Ayelén, primero al circo y después a la moto, fue diferente. Con 16 años, fue con su mamá a pedir trabajo a un circo que estaba de paso por Merlo, en la provincia de Buenos Aires: “Habían llegado a mi barrio y como estaban buscando gente fui. Tenía que repartir volantes para promocionar las funciones”. Tras esa primera experiencia quedaron en contacto, aunque recién unos cuatro años después volvió a trabajar con ellos. Fue acomodadora y fotógrafa, hasta que la curiosidad por el show de las motos y, sobre todo, ver que no había mujeres que lo hicieran la llevó a elegir lo que quería: subirse a las dos ruedas para domar el globo. 

Nicolás es cordobés y quinta generación de una familia cirquera. (Alan Monzón/Rosario3)

“Ya había empezado a estudiar medicina en la UBA, estaba en primer año. Veía lo de las motos y me encantaba un montón. En todos los números había mujeres, menos en ese. Entonces les pedí a mis compañeros que me enseñaran y me dijeron que sí”, cuenta la chica que en ese momento había manejado motos pero no sabía nada de destrezas. 

Cuando comenzó a aprender, se las arreglaba para lidiar con esa adrenalina nueva y su carrera: “Había empezado a estudiar y trabajaba los fines de semana. Del circo iba a mi casa, me alistaba y salía para la facultad. Así fue por unos años, hasta que aprendí a manejar la moto, a principios de 2020, y cuando se levantaron las restricciones de la pandemia empecé a trabajar en el globo de la muerte”.

Las primeras prácticas fueron fuera del globo, para hacerle ganar confianza con el dominio de la moto: “Hubo mucho ensayo para poder hacer las cosas bien y que no pase ningún accidente. También porque no es un número individual sino grupal y, además, depende de las máquinas, principalmente”.

El discurso apasionado de Ayelén Gallo. (Alan Monzón/Rosario3)

Fue en ese mismo año, cuando se flexibilizaron la circulación de personas y la apertura de diferentes espacios, que la bonaerense debutó oficialmente y lo hizo nada menos que en Rosario, donde ahora disfruta de compartir la pasión junto a Nicolás y al resto del equipo, Braian Urbieta, de 30 años, y Damián Rosselli, de 29

“Todo es increíble. Me encanta entrar al globo y hacer lo que hago. Ver al público disfrutando y asombrarse a veces porque me saco el casco último y escucho la reacción de la gente, aplauden fuerte y al terminar me piden fotos. Me dicen que me ven como una mujer valiente y empoderada entre los hombres”, sostiene Ayelén. 

Esas devoluciones las disfruta mucho: “A todos nos felicitan, pero hay quienes vienen directo a mí. Me dicen que tengo unos ovarios de oro y un montón de esas cosas”.

Convivir con el peligro

“Están los motociclistas que andan por arriba y los que andan por abajo, cada equipo tiene un líder que guía. A los que van por arriba se les marca la salida y la bajada que marca la rutina que hay que hacer. Esto se coordina antes, para que no se haga un desastre”, explica la joven sobre cómo se organizan.

En este caso, Nicolás es como la cabeza del grupo, el encargado de coordinar las rutinas de cada noche y el de pensar e incorporar al equipo nuevos trucos. “Yo veo si una persona anda mejor arriba o abajo, lo voy manejando. Si llega un compañero nuevo siempre se ensaya antes de las funciones, para que salga todo bien. Estamos confiados al cien por ciento, pero también depende de la moto que tiene que estar en perfecto estado”, dice el cordobés.

Si los que salen a rodar ya se conocen y no hay rutinas nuevas, en general no hay prácticas durante la semana y directamente se suben al globo para cada función. 

“Vemos al público y sus caras, lo escuchamos, yo me mato de risa porque veo a todos agarrándose la cabeza y algunos tapándose los ojos”, cuenta Nicolás, a quien su madre nunca vio en la esfera porque tiene miedo. Para él, en cambio, es más seguro estar en el globo que andar en moto por las calles: “Me da menos miedo estar acá adentro porque en la calle también depende de otra gente”. 

Sin embargo, aunque son absolutamente conscientes del riesgo al que están expuestos en cada función porque el número requiere máxima concentración y sincronización a alta velocidad y en espacios reducidos, no sienten miedo. O al menos no ese temor a accidentarse, sino que la sensación se emparenta más con la adrenalina. 

“No te podés confiar y decir «yo soy el mejor» y entrar haciéndote el canchero porque te vas a caer, siempre tenés que tener respeto al aparato con el que vos trabajás”, dice Nicolás.

“El miedo es cuando en mi caso, por ejemplo, estoy aprendiendo un truco nuevo como ahora –el looping, que consiste en dar una vuelta de 360 grados por la parte más alta–. Pero no es miedo sino tener que romper esa barrera. Por eso siempre se hace con todas las protecciones, guantes, cascos, botas, coderas y rodilleras”, aclara Ayelén. 

(Alan Monzón/Rosario3)

Pese a adoptar todas las medidas de seguridad necesarias y a tomarse cada función con extrema seriedad porque ponen en juego su integridad física en cada milésima de segundo, los acróbatas saben a qué peligros se enfrentan. Y más de una vez, en todo el mundo, hubo accidentes dentro de la esfera. 

No hace falta ir muy lejos para encontrar antecedentes. En mayo de 2019, en el mismo circo Servian, que había armado su carpa en Funes, tres motociclistas –ninguno de los que está ahora– se accidentaron dentro del globo.

Chocaron entre sí en medio del número porque uno de ellos sufrió un desperfecto en su rodado y cayó, lo que ocasionó la colisión múltiple. El episodio adquirió notoriedad pública por las impactantes imágenes que se conocieron y publicó Rosario3.

En esa crónica se detalló que no era la primera vez –ni iba a ser la última– que ocurría un hecho de similares características. Y se citó un accidente ocurrido durante un show en Corrientes, donde un motociclista tuvo que ser hospitalizado.

El circo, un modo de vida

Para Ayelén y Nicolás, trabajar en el circo forma parte de un estilo de vida del que por ahora no tienen pensado despegarse. “Yo lo tomo como un hobby, salgo a divertirme y espero hacerlo por muchos años más”, dice el cordobés. “A mí me gustaría terminar la carrera y tener un título, pero no sé si ejercerlo en algún momento. Después de conocer el globo tengo la pasión dividida”, responde ella. 

Ambos también están habituados a ser nómades, a estar algunas semanas o meses en un lugar y luego tener que moverse. “Yo no puedo estar sin ver carpas, no sé, tengo que armar mi circo afuera, en el patio”, asegura Nicolás. Y aunque para Ayelén sí implicó un gran cambio pasar de su vida de antes a la actual, siente que está perfectamente adaptada.

La imponente carpa del circo Servian en la rotonda de avenida Francia. (Alan Monzón/Rosario3)

“Hay gente que se levanta a las cinco de la mañana para ir a trabajar a las nueve y no vuelve todo el día, acá te levantás cinco minutos y tenés el trabajo a dos pasos de tu casa”, rescata. 

Los jóvenes motociclistas tienen además una vía de escape laboral que suelen tomar, cada vez que pueden, en la época navideña, cuando los circos de Argentina se toman un descanso pero los de Europa siguen rodando. Nicolás anduvo varias semanas por Alemania, en diciembre pasado, y Ayelén estuvo en Países Bajos. “A ellos les gusta la pasión que nos corre por las venas, por eso nos buscan”, dicen. 

Servian

El gran sueño se estrenó en Rosario el 26 de abril anunciando unas primeras 14 funciones. Con una propuesta dinámica que busca concientizar sobre el cuidado del medio ambiente, combina artistas nacionales e internacionales con elementos teatrales, coreográficos y tecnología lumínica y auditiva de última generación.

Las entradas se pueden comprar a través de Ticketeck. El próximo fin de semana largo habrá funciones jueves, viernes, sábado, domingo y lunes.

(Circo Servian)

Los espectadores disfrutan de vestuarios inspirados en la época post-apocalíptica, música original y aparatos circenses diseñados por la compañía. La gran carpa castillo, con diseño exclusivo de Servian, fabricada con lona de última generación por Canobbio Textile –quienes confeccionan las carpas de Cirque du Soleil–, al igual que las butacas de origen francés, ofrecen una experiencia única. 

Desde su llegada a la Argentina hace 117 años, la familia Servian reafirma su compromiso con el público y el arte circense, destacando la pasión y el trabajo en equipo como pilares fundamentales.