En la mitología griega, Atenea no era solo la diosa de la guerra, también representaba la estrategia y el conocimiento convertido en acción. No era una diosa de la fuerza bruta, sino del ingenio, de la inteligencia aplicada, aquella que permite resolver problemas y anticiparse al futuro. Al mismo tiempo, era la patrona de los artesanos, esos que transformaban la materia con precisión y sentido, que sabían que toda creación exigía tanto cálculo como destreza, y tanto visión como ejecución.
Hace poco más de dos mil años que esta diosa desapareció de la baraja de creencias humanas, pero su nombre y su idea persisten, y pronto volverá a cruzar los cielos encarnando el mismo espíritu de sabiduría. Así fue que, retomando este legado, el pasado 28 de mayo y coincidiendo con su 34º aniversario, la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (Conae) anunció que Atenea sería el nombre elegido para el nuevo microsatélite argentino. En apenas unos meses, emprenderá su viaje hacia el espacio como parte de la histórica misión lunar Artemis II, que despegará mediante el SLS (Space Launch System), el cohete más poderoso construido por la NASA desde el Saturn V, con lanzamiento previsto para febrero de 2026.
Se trata de un CubeSat clase 12U, un estándar de satélites pequeños, con una dimensión aproximada de 30x20x20 centímetros, una estructura compacta, del tamaño de una caja de zapatos grande, que condensa años de trabajo y avance tecnológico. “Atenea está diseñado para demostrar y probar en vuelo tecnologías espaciales y conceptos desarrollados en el país”, cuenta a Rosario3 Pablo Ordoñez, subgerente de la Gerencia de Proyectos Satelitales de Conae. “Es un pequeño laboratorio espacial que integra una serie de innovaciones desarrolladas por equipos argentinos, tanto en hardware como en software, y su misión principal es realizar ensayos tecnológicos y de comunicaciones en una órbita altamente elíptica alrededor de la Tierra”, explica el ingeniero electrónico.
Por momentos, Atenea estará muy lejos de nuestro planeta, alcanzando unos 70.000 kilómetros de distancia en su apogeo, el punto más alejado de su órbita, y el doble de donde se encuentran los satélites geoestacionarios. Esto es crucial para comprobar el funcionamiento de un conjunto de componentes y subsistemas clave para futuras misiones, además de demostrar la madurez tecnológica argentina en el espacio. “Entre sus objetivos se incluyen la medición de radiación en órbitas profundas, la validación de componentes comerciales para uso espacial, la evaluación de enlaces de comunicación de largo alcance y la captura de datos GPS en trayectorias de transferencia geoestacionaria”, detalla Ordoñez.
Para esto último, Atenea incorpora un receptor GNSS (Sistema Global de Navegación por Satélite), un dispositivo que recibe y procesa señales de satélites para determinar su posición con exactitud. Fue diseñado y desarrollado íntegramente por un equipo de la Universidad Nacional de La Plata, y su objetivo es recopilar datos de GPS por encima de esta constelación de satélites, que se encuentran aproximadamente a unos 20.000 kilómetros de altura, para determinar si puede recibir información a esta distancia extrema.
Esto ayudará, en futuras misiones, a optimizar y asegurar las maniobras necesarias para alcanzar órbitas de transferencia geoestacionaria y, eventualmente, acceder a regiones del espacio cislunar. En otras palabras, si Atenea logra "escuchar" las señales GPS desde una órbita tan alta, habrá validado una técnica fundamental para que futuras naves, ya sean satélites o misiones tripuladas a la Luna, puedan desplazarse con precisión en sus maniobras espaciales sin depender de las costosas y limitadas estaciones terrestres.
Durante la operación de Atenea, “también se probarán sensores y tecnologías ópticas, como los fotomultiplicadores de silicio (SiPMs)”, detalla Pablo. Estos elementos, desarrollados por la Universidad Nacional de San Martín, funcionan de manera similar a una cámara estenopeica, que forma imágenes capturando la luz que ingresa a través de un pequeño orificio. Aquí el objetivo es, por un lado, validar su funcionamiento y resistencia en el ambiente de alta radiación de la órbita profunda y, por otro, evaluar su potencial como tecnología de comunicación por luz visible.
Además de estos ensayos ópticos, la misión incorporará otro conjunto de desarrollos igualmente innovadores: "Entre ellos se destacan nuevos sistemas de comunicación y control, una arquitectura electrónica modular de bajo consumo y alta eficiencia, y una computadora de vuelo capaz de operar en una órbita altamente elíptica y adaptarse dinámicamente a las condiciones del entorno”, agrega el experto en ingeniería de sistemas espaciales.
Pablo Ordoñez tiene una profunda experiencia dentro de la Conae, donde lleva más de una década vinculado a las misiones más ambiciosas del programa espacial argentino. Participó activamente en las misiones Saocom 1A y 1B, y fue responsable de Integración, Ensayos y Operaciones de Lanzamiento del Saocom 1B desde la sala de control de Cabo Cañaveral en 2020. También está involucrado en la misión Sabia-Mar, dedicada al estudio de mares y océanos, donde actualmente se desempeña como responsable del Segmento de Vuelo. Su recorrido lo ubica entre los ingenieros que mejor conocen el pulso interno de los proyectos satelitales de la agencia espacial argentina, desde la arquitectura y el diseño hasta las operaciones de lanzamiento.
“Mientras Saocom fue una misión de observación terrestre de gran porte, con una antena SAR compleja y una infraestructura industrial significativa, Atenea pertenece al nuevo paradigma de satélites pequeños, ágiles y modulares, enfocados en validar tecnologías en ciclos cortos y con equipos reducidos”, describe Pablo. “Fue diseñado, integrado y ensayado completamente en la Argentina, con participación de la Conae, VENG S.A., CNEA y universidades e instituciones nacionales como la UNLP, UNSAM, FIUBA y el Instituto Argentino de Radioastronomía”, precisa.
El ingeniero cuenta que tanto el hardware electrónico como las estructuras, el software y los sistemas de comunicación fueron desarrollados localmente. “Esto convierte a Atenea en una misión importante para nosotros, porque no se trata solo de enviar un satélite, sino de consolidar capacidades nacionales en diseño, integración, verificación y validación para futuras misiones espaciales completas”, subraya.
Pablo destaca que “el mayor desafío fue lograr un alto nivel de funcionalidad en un volumen tan reducido como el de un CubeSat 12U. Cada decisión implicaba equilibrios entre masa, potencia, disipación térmica y compatibilidad electromagnética”. Durante la campaña de ensayos, agrega, otro reto clave fue “verificar el comportamiento del satélite frente a las vibraciones del lanzamiento, el vacío térmico y las variaciones extremas de temperatura, sin comprometer la integridad del hardware ni las interfaces”. En su rol como Subject Matter Expert (SME, experto en la materia) de Actividad, Integración y Pruebas, Ordoñez coordinó todo ese proceso, garantizó la trazabilidad técnica y resolvió anomalías en tiempo real. “Ver a Atenea completando su integración y ensayos, listo para partir al espacio, fue un momento de orgullo profesional y personal que sintetiza el esfuerzo de todos los que creemos en la ingeniería argentina”, confiesa.
Aunque Atenea pesa apenas 15 kilos, fue sometido a condiciones de prueba con exigencias similares a las de misiones tripuladas, un requerimiento obligado porque Artemis II llevará personas a bordo, lo que exige parámetros de confiabilidad extremadamente altos. Ordoñez señala que “haber participado en ambos extremos, desde Saocom y Sabia-Mar hasta Atenea, me permitió vivir la evolución de la ingeniería satelital. De proyectos de largo plazo a desarrollos ágiles que fomentan la innovación y la formación de nuevas generaciones. Y saber que uno de esos satélites viajará con Artemis II es, sin duda, una de las experiencias más gratificantes de mi carrera”.
Atenea fue seleccionado por la NASA para formar parte de la esperada misión Artemis II tras un proceso internacional de invitación y evaluación de CubeSats, al que la Conae fue convocada por su trayectoria y solidez técnica. La propuesta argentina demostró estar a la altura de los exigentes parámetros de calidad que impone una misión tripulada, convirtiéndose en el único satélite latinoamericano invitado a participa. del próximo viaje a la órbita lunar. Su inclusión no solo representa un salto tecnológico para la Argentina, sino también una ratificación de su capacidad para diseñar, integrar y probar sistemas espaciales bajo los más altos estándares internacionales. Es, dicho de otro modo, la confirmación de que la ingeniería y la ciencia aplicada argentinas pueden competir en igualdad de condiciones en los escenarios más exigentes de la exploración espacial.
Artemis II no es una misión más, es el paso decisivo hacia el histórico regreso del ser humano a la Luna, más de medio siglo después del programa Apolo. Que un satélite argentino forme parte de ese viaje significa mucho más que un logro tecnológico, es una señal de confianza en la calidad de la ingeniería local y un recordatorio de que el conocimiento, cuando se comparte, trasciende fronteras. En palabras de Ordoñez, “ver cómo un satélite construido en nuestro país va a volar en una misión de la NASA es una enorme satisfacción y una demostración de lo que somos capaces de hacer cuando trabajamos con visión y equipo”.
En la mitología griega, Atenea y Artemisa eran medio hermanas, hijas de Zeus pero de distinta madre. Una representaba la sabiduría y la estrategia; la otra, la Luna y la naturaleza. Hoy, miles de años después, esos nombres vuelven a encontrarse en el espacio. La misión Artemis II, que llevará nuevamente al ser humano a la Luna, también transportará a Atenea, el más reciente satélite argentino, símbolo del conocimiento y el ingenio puestos en movimiento. Una coincidencia hermosa, la sabiduría argentina acompañando a la diosa de la Luna en su regreso al cielo.



