A lo largo del último siglo, la idea de vestir un esqueleto externo capaz de proteger el cuerpo, reducir la fatiga y aumentar la fuerza, ha aparecido tanto en la pluma de autores de ciencia ficción como en los tableros de dibujo de los laboratorios militares. Impulsados por la ambición de superar los límites del cuerpo humano, ingenieros e inventores exploraron formas de aumentar las capacidades físicas mediante dispositivos que actuaran como una segunda piel mecánica. Sin embargo, esa búsqueda siempre estuvo condicionada por los materiales y las limitaciones tecnológicas disponibles en cada época.

El punto de partida es, sin duda, el diseño pionero del ingeniero ruso Nicholas Yagn, quien en 1890 patentó un rudimentario "aparato para facilitar el caminar, correr y saltar" que funcionaba mediante una combinación de resortes y bolsas de aire comprimido. No se puede dudar del éxito conceptual del dispositivo, diseñado específicamente para aumentar la fuerza y la resistencia de las piernas a través de un armazón externo. No obstante, los metales existentes durante la Segunda Revolución Industrial, como el acero y el hierro fundido, resultaban demasiado pesados para un dispositivo vestible. Incómodo y poco práctico, pasó a la historia más como un hito de la ingeniería que como una herramienta funcional.

El primer exoesqueleto, patentado por el ingeniero ruso Nicholas Yagn en 1890

El punto de inflexión decisivo en el desarrollo de los exoesqueletos lo impulsó, como era de esperar, la financiación directa del complejo científico-militar norteamericano. En la década del 60, General Electric trabajó en el proyecto Hardiman, el primer intento de construir un exoesqueleto motorizado de cuerpo completo, con el ambicioso objetivo de multiplicar la fuerza humana hasta lograr levantar 680 kg mediante sistemas hidráulicos y eléctricos. El prototipo nunca pudo probarse con una persona dentro, ya que cada vez que se encendía comenzaba a temblar violentamente en una secuencia de movimientos espasmódicos incontrolables. Los sistemas de control computacional simplemente no estaban lo suficientemente maduros como para poder interactuar con un humano.

Hubo que esperar algunas décadas para que la Ley de Moore -esa que dice que los chips duplican su potencia aproximadamente cada dos años- y los avances en materiales permitieran un salto tecnológico real. Recién a finales de los años noventa y comienzos de los 2000 comenzaron a aparecer los primeros exoesqueletos funcionales, más ligeros y precisos, gracias al uso de aleaciones de aluminio, fibra de carbono y sistemas basados en sensores. La miniaturización de los actuadores eléctricos y el desarrollo de microcontroladores capaces de procesar datos en tiempo real permitieron que las máquinas empezaran a moverse en sincronía con el cuerpo, y no en su contra.

Exoesqueleto Hardiman en los 60, primer intento de aumentar la fuerza humana con asistencia mecánica

Mientras los militares seguían enfocados en desarrollar trajes completos inspirados en Iron Man, el grueso del avance tecnológico se trasladó a la medicina y la industria. Surgieron exoesqueletos livianos para rehabilitación y soportes destinados a prevenir lesiones lumbares o articulares. Los diseños se simplificaron radicalmente, y los ingenieros se concentraron en zonas específicas, como el tobillo o la rodilla, en lugar de equipos de cuerpo completo. Sistemas como el ReWalk, diseñado en Israel, demostraron que esta tecnología podía devolver la movilidad a personas con parálisis o lesiones medulares, mientras que en los Estados Unidos, empresas como Ekso Bionics y Sarcos Robotics introdujeron modelos orientados al trabajo industrial, capaces de reducir lesiones por esfuerzo repetitivo y mejorar la seguridad en tareas físicas exigentes.

Un ejemplo claro de la adopción cada vez mayor de los exoesqueletos orientados a la rehabilitación médica es el reciente cambio en la política de cobertura del seguro federal estadounidense Medicare, vigente desde enero de 2024. Este programa, dirigido a personas mayores y con discapacidades, reclasificó formalmente a los exoesqueletos personales como el ReWalk dentro de la categoría de "aparatos ortopédicos", facilitando el acceso a esta costosa tecnología a pacientes con lesión medular. De esta manera, un dispositivo que supera holgadamente los 90.000 USD se convierte -al menos en ese país- en una opción accesible y reconocida como necesidad médica, marcando un precedente en la inclusión de la robótica avanzada en el cuidado de la salud.

La guerra moderna. Robots artillados y soldados con exoesqueletos

Por otro lado, el ámbito industrial y ocupacional es uno de los sectores que más rápidamente adoptó el uso de exoesqueletos, buscando disminuir lesiones derivadas de la fatiga, especialmente en tareas que implican movimientos repetitivos, levantamiento de cargas pesadas o esfuerzos prolongados por encima de la cabeza. El sector de logística y almacenamiento, impulsado por gigantes como Amazon, fue pionero en la adopción de estos armazones pasivos para la espalda y la cintura, diseñados para reducir la tensión en la columna vertebral de los operarios.

Paralelamente, las líneas de ensamblaje automotriz, que exigen mantener herramientas pesadas durante largos períodos, incorporaron soportes destinados a aliviar la carga sobre hombros y brazos. Es una tecnología que demostró resultados concretos: un informe de 2024 del Consejo Nacional de Seguridad de Estados Unidos estimó que el uso adecuado de exoesqueletos en trabajos manuales puede disminuir el riesgo de lesiones en un 58%.

ReWalk, el exoesqueleto médico diseñado para devolver la movilidad a personas con lesión medular

Tras décadas de avances centrados en usos militares, médicos e industriales, la robótica vestible o wearable está dando el salto hacia el consumidor común, orientándose al esparcimiento y el deporte. Hoy existen dispositivos que no buscan exclusivamente la rehabilitación ni la asistencia laboral, sino mejorar el rendimiento físico, reducir el esfuerzo o simplemente hacerlo más cómodo. Por ejemplo, el sistema Ski-Mojo funciona como un exoesqueleto pasivo para esquiadores, reduciendo en un tercio la presión ejercida en las piernas y absorbiendo impactos y vibraciones, lo que se traduce directamente en una mayor resistencia muscular y un menor riesgo de lesiones.

En la misma dirección apunta Hypershell, una startup con sede en Shanghai que el pasado 9 de septiembre lanzó a la venta su modelo X Ultra, un exoesqueleto motorizado ultraliviano pensado para actividades al aire libre. El sistema pesa menos de dos kilos, cuenta con dos motores eléctricos capaces de entregar 1 kW de potencia, e integra una serie de sensores que detectan la postura, aceleración y pendiente para ajustar la asistencia en tiempo real. Se sujeta a la cintura y los muslos mediante un armazón y es capaz de reducir el esfuerzo muscular hasta en un 30%, aumentando la autonomía durante rutas de montaña o trekking de larga distancia. Su batería ofrece una asistencia continua durante unos 25 km y se recarga por completo en menos de dos horas.

Toda esta tecnología tiene un precio de unos 2 mil dólares, lo que la coloca en la categoría de accesorio premium para senderismo, más cercano a un gadget exclusivo que a una herramienta para el público general. Sin embargo, es una muestra de hacia dónde se dirige el sector, una convergencia entre ingeniería, robótica y ergonomía que, aunque todavía costosa, apunta un futuro donde la asistencia motorizada podría formar parte del equipamiento personal, tal como hoy lo hacen los relojes inteligentes o los monopatines eléctricos.

Hypershell X Ultra, el exoesqueleto portátil que asiste el movimiento al correr y reduce la fatiga

Este fenómeno ya comienza a abrirse paso al deporte más popular y accesible de todos: el running. La semana pasada, Nike presentó un adelanto de su futuro sistema de calzado asistido, denominado Project Amplify, que utiliza motorización eléctrica y sensores para impulsar el movimiento del pie y reducir el esfuerzo al correr o caminar. Desarrollada junto a la empresa de robótica Dephy, esta innovadora zapatilla reforzada con fibra de carbono se conecta a través de un brazo transmisor a una tobillera que incorpora un pequeño motor y una batería recargable. Este conjunto entrega un impulso extra al movimiento natural del tobillo y a los músculos de la parte inferior de la pierna, funcionando como un exoesqueleto compacto o, tal como lo definieron desde la empresa, “una bicicleta eléctrica para tus pies”.

Si bien aún se trata de un prototipo en una etapa de desarrollo avanzado, el sistema ya fue probado por más de 400 atletas y periodistas especializados, quienes notaron una mejora considerable en eficiencia al caminar y correr. Por supuesto, estas no son las zapatillas mágicas que van a convertir a un runner de fin de semana en Usain Bolt, pero permiten reducir el esfuerzo y aumentar la velocidad promedio en alrededor de 2 km/h respecto de un calzado tradicional. La energía sigue viniendo del cuerpo, pero el motor amplifica el movimiento y disminuye el cansancio, haciendo que subir una rampa de dos pisos con un ángulo de 45 grados se sienta más parecido a utilizar una escalera mecánica que ascender paso a paso.

Project Amplify, la apuesta de Nike por el calzado motorizado

Después de más de un siglo de ensayos y fracasos, los exoesqueletos están cumpliendo su promesa original de ampliar los límites del cuerpo humano. Desde los hospitales, devolviendo la movilidad a pacientes que ya no creían posible hacerlo, hasta en las fábricas, previniendo lesiones y aumentando la productividad. La combinación de sensores, inteligencia artificial y materiales ligeros está transformando lo que antes era una sencilla prótesis en una extensión funcional del organismo. Como ocurre con casi toda innovación, actualmente estos dispositivos atraviesan su fase más cara y exclusiva, pero en una década podrían estar al alcance de millones. Así, la tecnología que alguna vez soñó con crear superhombres hoy empieza a cumplir un propósito mucho más humano.