Son cinco hectáreas cotizadas y son, además, una zona que puede abrirse para transformar El Mangrullo, un tradicional barrio de pescadores y obreros de la zona sur de la ciudad. La chimenea del viejo frigorífico Swift asoma del otro lado del arroyo Saladillo. La unión con el Paraná abre una ventana a las islas verdes, más allá del cauce marrón. Un escenario ideal para una propuesta gastronómica o guardería o plan de ecoturismo. El viento sopla, mueve un sauce y genera una paz impropia de esta mañana de jueves con actividad oficial. Algunos de los 15 empresarios interesados en quedarse con la concesión de estas tierras que pertenecen al Ente Administrador Puerto Rosario (Enapro) sacan fotos, hacen videos y toman notas. Imaginan posibles propuestas para cumplir con los requisitos.
Pero, aclaran los funcionarios, la idea es proyectar algo más que un negocio: sumar zonas mixtas para la comunidad, integrar con empleos a los vecinos y hasta realizar capacitaciones para oficios con enfoque de género.
El predio está dividido en tres partes: un astillero que está en funciones y ocupa una hectárea sobre el Saladillo; una guardería en la que quedan pocas lanchas (el concesionario anterior fue desalojado el año pasado) de casi dos hectáreas y con costa al Paraná; y la “Reserva Portuaria” (ex club MOP), de dos hectáreas y media sin uso.
La secretaria de Transporte y Logística de Santa Fe, Mónica Alvarado, explica que el motivo de la recorrida es mostrar el lugar y abrir la escucha a propuestas. Pretenden publicar la licitación el 29 de diciembre y abrir los sobres en febrero de 2025. Proyectan un “plan integral” que articule “actividades de servicios portuarias, náuticos, recreativas, turismo y también de integración comunitaria”. Están abiertos a múltiples usos: desde un salón de eventos, a un bar restaurant hasta una galería de arte y museo.
Junto a la presidenta del Enapro, Graciela Alabarce, el ministro de Desarrollo Productivo, Gustavo Puccini, se suma al encuentro y destaca el “proceso participativo y abierto” antes del pliego definitivo para explotar este lugar por diez años (existe un borrador que se puede consultar).
Puccini habla de sumar trabajo e inversión en un barrio postergado y de integrar la costa del río. “Cada punto pegado al agua de la provincia, que tiene 849 kilómetros de costa, es una oportunidad de desarrollo y Rosario no se puede permitir tener lugares como éste sin ponerlos en valor”, agrega y reconoce preocupación por la marcha de la economía: “El año 2026 va a ser complejo”.
Mientras el personal del Enapro y los funcionarios muestran el predio a los interesados, afuera, en la puerta de la guardería sobre Cortada Mangrullo 5095, Ángel Rodríguez está preocupado. Dice que no sabe lo que van a hacer y que hay un rumor de posibles desalojos de familias: calcula que hay 300 viviendas al costado del predio.
Ángel es el titular del comedor Aguas del Paraná y habla con otras vecinas sobre el audio de una mujer que hizo circular esa versión. Eso multiplicó el temor y la desconfianza. “Vemos que hay gente con camisa ahí adentro pero a nosotros nadie nos invitó, ni nos llamó”, se quejan. El murmullo entre ellos empieza a crecer.
Guardería en retirada y astillero activo
En el predio principal, quedan pocas de las 200 lanchas que había. El concesionario anterior de la Guardería Puerto Sur (GPS) se retiró a fines del año pasado. El contrato había vencido en 2020 y el litigio terminó con un desalojo.
Las últimas embarcaciones deben ser retiradas antes de que finalice el mes. La bajada es hacia el Paraná, donde unos empleados toman mates a la espera de la resolución del largo conflicto y miran la movida con cautela. El lugar hoy sigue funcionando como una guardería que depende del Enapro.
Al lado, en cambio, el Astillero Fluvimar parece un hervidero. Unos operarios van y vienen alrededor de un casco de una barcaza que está en reparación. Se presenta como “una firma integrada por profesionales, que desarrollan la tarea de reparación y mantenimiento naval y metalúrgica en general".
Dos de sus gerentes, Gonzalo Shocron y Eduardo Dubois, participan de la recorrida. Buscan la continuidad de la empresa, que funciona desde 2008 en ese lugar, con diez trabajadores directos y otros 30 puestos indirectos. Pretenden expandirse y presentar una propuesta: solos o aliados a un socio para armar un complejo de astillero, guardería y otras actividades.
Otro de los interesados que toma notas imagina posibles destinos. Mira la vista hacia el Paraná y le brillan los ojos, pero también piensa en zonas mixtas abiertas al barrio, como por ejemplo un parque o una costanera pública. Descuenta que esa será una exigencia final del pliego.
Las preguntas y el choque de comitivas
Afuera, sobre la cortada Mangrullo que atraviesa el barrio y muere en avenida Del Rosario, se sumaron a Ángel cinco mujeres que viven en la bajada que da el río. Aunque no conocen de qué se trata el proyecto, creen que el objetivo es desalojarlos. Dicen que son del “barrio Chino” (lo llaman así porque antes las discusiones se zanjaban a cuchilladas, cuentan) o de la zona del “guinche amarillo”, por una vieja estructura portuaria abandonada.
Se acercan la secretaria Mónica Alvarado y la titular del Enapro, Graciela Alabarce, y el proceso de “escucha” diseñado este jueves para posibles oferentes se abre ahora en plena calle a otros actores.
–Estamos preocupados porque no sabemos qué quieren hacer –plantea Ángel Rodríguez, referente del comedor.
–Sí, no queremos que nos saquen de acá –se suma Miriam Gladis Torres, pescadora de 52 años.
–¿Y quién las va a sacar? Este es un proyecto para el astillero, la guardería y lo que era el MOP, no se toca ninguna casa –asegura Mónica Alvarado
–Es para generar más trabajo porque cualquier emprendimiento que se haga va a tomar gente del barrio –completa Graciela Alabarce.
El tono de la charla empieza a cambiar. De la desconfianza inicial ahora pasan a un intercambio distinto. Los vecinos piden que hagan una plaza, una zona recreativa para los chicos o al menos que arreglen la canchita de fútbol (dentro del ex MOP). Las funcionarias proponen incorporar esa ideas. Quedan en armar una reunión.
Ahora se generan dos comitivas paralelas: los interesados en el proyecto con los funcionarios y los vecinos que muestran la zona que delimita al predio. Una de las mujeres que vive al lado del descampado donde funcionaba el club portuario lo señala como punto crítico de la inseguridad. Algunos lo usan como aguantadero o caen personas de otros barrios con autos robados, dice. Lo que eran las oficinas del club ahora es una casa tomada que debe ser liberada antes de fin de mes.
A un costado, hay una calle de tierra sin nombre: “Esto se inunda cuando llueve y por acá no entran los remises”, señalan. De la zanja con líquido estancado asoman las mangueras negras típicas de las conexiones irregulares de agua que debería ser potable y termina contaminada o con problemas de presión. Entre las casillas hay algunos talleres y carpinterías con pibes jóvenes trabajando que saludan.
Antes de llegar a la costanera del Paraná, Ángel y las mujeres se topan de frente con la comitiva oficial que está de regreso. Mónica Alvarado recalca los límites del predio a licitar y mueve los brazos: “Es hasta acá”. Con ese dato parece querer tranquilizar a unos y a otros. “¿Por qué tantas personas?”, se preguntan las mujeres en voz baja, con un residuo de sospecha.
Basura, agua, luz: demandas históricas
–Y, ¿qué van a ser acá? –pregunta al pasar Mauro, en cuero y con una malla amarilla, acaba de salir del río y se mete en una casilla de la costanera en el mediodía caluroso bajo el sol.
Abajo, en un bote, Félix se prepara para cruzar a una pareja a la isla. Tiene sus 50 años de vida ligada a la pesca pero ahora no sale nada, o al menos no sale nada en la medida apta para comerciar. “Yo no voy a hacer depredación de unos peces así de chiquitos”, define y marca el tamaño breve con sus manos. Ese es otro debate abierto: la veda parcial a la pesca en la provincia por la crisis que produjo la bajante, la sobreexportación del sábalo y otros coletazos del cambio climático.
Mientras tanto, se la rebusca y ofrece este servicio. “Félix es muy responsable, nosotros confiamos mucho en él”, dice Marcela mientras se acomoda el salvavidas para cruzar a uno de los paradores de enfrente. Ya que hay recorrida para escuchar propuestas, Félix se suma con una: un pequeño embarcadero seguro en esta playa mínima porque sobre el Saladillo no se puede amarrar, se roban los motores.
Lo que sigue hacia el norte más que costanera es un basural. Sobresale una heladera blanca acostada, como si tomara sol entre zapatillas rotas, bolsas, botellas de plásticos y restos de restos. También hay troncos carbonizados porque los propios vecinos, cuando se juntan muchos residuos, los prenden fuego para quemar y reducir el volumen.
Antonio vive sobre el río con Goyo y tienen una especie de guardería para botes de pescadores. Les dejan las embarcaciones y ellos los cuidan porque viven en un rancho elevado que se hicieron. Cobran en pescados o lo que cada uno puede aportar. “No, no hay un precio, somos como familia”, explica esa informalidad propia de las villas o barrios populares.
–Lo que necesitamos es que pongan un volquete para tirar la basura y cada tanto se lo lleven, no hay nada –reclama Antonio, que también es pescador, de 55 años.
–¿Un volquete? No, diez hacen falta, somos 300 familias y acá no pasa el recolector –se suma Miriam.
Reclaman agua potable con presión, luz porque de noche no hay en esta zona, botes, cloacas, y así. Podrían seguir. Es difícil que la obra en el predio lindero del Enapro atienda tantas demandas insatisfechas. Es, dicen los funcionarios, un primer paso para recuperar y transformar al menos parte de esa realidad en El Mangrullo.



