A Nicolás Cajg (Cayetano) lo escuchamos y aplaudimos en el aire de la radio porteña, en los canales de tele y en los rincones masivos del periodismo desde hace más de 20 años. Con gambetas irónicas y potentes, “Cayeta”, sobresalía en una generación de periodistas que, con atrevimiento, inteligencia y mucha creatividad, embanderaron con sus palabras dos décadas con éxito. Casi siempre gustaba lo que hacía, es bueno, era bueno. Cubría deportes, mundiales, simpático, hacia reír y pensar. Hasta que un día, acorralado por las deudas de juego y su compulsión por seguir apostando, dijo “no va más”.
Su historia tiene dimensión de supervivencia, testimonio y renacimiento. Narra una historia de adicción, pérdida, vergüenza, pero sobre todo de valentía para salir adelante y para exponer algo que muchos esconden. Un testimonio de vulnerabilidad, una voz que buscan ser escuchada. Cayetano impacta como fuente de inspiración simbólica: un relato de caída, pero también de reconstrucción.
Esta semana en una jornada sobre prevención de adicciones realizada en Rosario (Expo sobre prevención en consumos problemáticos y comportamientos compulsivos de Aprecod bajo el lema Prevenir es Pacificar) contó una vez más su historia: oscura y luminosa al mismo tiempo. Un golpe emocional en tiempos que contienen casi invisible al 25% de los jóvenes atentos a las notificaciones de su celular para ver cuánto dinero pierden a diario por apostar.
La ludopatía, ese adicción silenciosa e invisible, atraviesa a varias generaciones en un país donde muchos creen que apostar puede generar confort económico o alivio emocional. Para Cayetano nada de eso. El casino on line abierto las 24 horas en una app del celular es una trampa endemoniada que acorrala sin piedad a todos.
“Si alguno piensa que va a ganar plata con el mundo de las apuestas, lamento informarle que no. Podés ganar una vez, dos, diez, quince, pero a la larga, al final del camino, la vas a perder toda. Siempre”, dijo ante un auditorio impactado por su historia.
“Yo ya no juego, ya no apuesto hace algunos años, pero voy a ser ludópata toda mi vida. Lo digo con un poco de tristeza porque yo me siento bien y siento que estoy bien pero así es esto. Ya no puedo apostar nunca más a nada porque soy un ludópata”, agregó.
–¿Cuándo el ludópata se da cuenta que está siendo un ludópata?
–Tarde. Tarde. Esta es una enfermedad que uno subestima mucho. Si yo viniera acá borracho o si viniera acá pasado de drogas, probablemente todos o casi todos se darían cuenta. Pero si yo vengo de apostar nadie lo sabría. La ludopatía casi nadie la nota, por lo tanto, nadie te ofrece ayuda.
–¿Qué fue lo máximo que perdiste?
–Hice un click cuando perdí mi casa, un departamento heredado de mi abuela sobreviviente de Auschwitz y de otros campos de concentración del nazismo y mi abuelo, que lo salvó Schindler (de la famosa Lista Schindler). Ellos vinieron a la Argentina e hicieron una vida, les fue bien y antes de morir mi abuela me dejó ese departamento. Y yo lo perdí apostando. Me quedé en la calle. No me perdono haber perdido ese departamento por todo lo que significa. Siempre pienso que en algún momento lo voy a recuperar, lo voy a comprar y que voy a hacer una copia de la llave y se la voy a llevar al cementerio a mi abuela. Pero perdí muchísimo más que eso. El departamento fue lo último que perdí.
–¿La plata es lo más importante en la derrota?
–La mayoría piensa que la plata es lo más importante que uno pierde, con el mundo de las apuestas y con la ludopatía. Pero la verdad que no es lo más importante. Perdés un montón de cosas que no son dinero, que son vida, y que yo me las reprocho muchísimo más.
–¿Por ejemplo?
–Perdí amigos, perdí parejas, perdí un montón de vivencias, que es un intangible, pero me perdí de ir de vacaciones un montón de veces con amigos, perdí de festejar mis cumpleaños un montón de veces, me perdí de ir a los cumpleaños de mis amigos, a los cumpleaños de familia, me perdí de ir a un montón de eventos, me perdí de salir a bailar, me perdí salud.
–¿Qué pasa cuando el ludópata gana?
–El ludópata nunca. Aunque creas que tenés más plata para la jugada siguiente.
–¿Y qué pasa cuando la perdés toda?
–Me acostaba a dormir llorando muchísimas veces, angustiado, triste, solo, y diciéndome ‘no juego nunca más, esto es una mierda, ¿para qué hago esto? Me estoy arruinando la vida, no puede ser, basta, se terminó, última vez y me voy a dormir´. Y me despertaba y decía ¿con quién jugaba Banfield hoy? ¿A ver cuánto paga? Es una rueda imparable.
Uno tiene la autoestima muy baja cuando está en el mundo de las apuestas. Lo que menos tenía era confianza en mí mismo y es difícil de recuperar eso
– ¿Cuándo fue el momento de quiebre, cuando tuviste que pedir ayuda?
–Jugué durante muchísimos años, no sé, 20, 25, y muchas veces quise dejar de jugar solo, sin contarlo, pensando que yo lo manejaba, que lo controlaba hasta el día que aposté y perdí mi casa, y que me quedé en la calle. Me senté con mi mamá, mi papá, mis hermanas y les conté la verdad, pero casi que fue una obligación, porque no desaparece una casa y nadie se da cuenta. No me quedó otra alternativa y eso terminó siendo lo mejor que hice en mi vida: contarle mi problema a mi familia
–¿Cómo saliste?
–Empecé con terapia con una psicóloga especialista en adicciones, con un psiquiatra que me medicaba y yendo a jugadores anónimos. Mi familia me borró del teléfono todos los contactos que yo tenía vinculado con el mundo de las apuestas. Me prohibí en todas las páginas de apuestas. Mi vieja, que es contadora, empezó a manejar mi dinero. Tenía treinta y pico de años y tenía que pedirle plata a mi mamá. Y obviamente es un papelón vivir así a los treinta y pico de años. Eso me ayudó a querer recuperarme. Veía que mi familia no confiaba en mí y yo me lo había ganado
– ¿Y vos? ¿Confiabas en vos?
–Claro que no. Ahora sí, pero antes no. Uno tiene la autoestima muy baja cuando está en el mundo de las apuestas. Trabajaba mucho pero no tenía un mango para nada, estaba siempre debiendo plata por todos lados, mintiendo por todos lados, fastidioso, de mal humor. Lo que menos tenía era confianza en mí mismo y es difícil de recuperar eso.
–¿El ludópata miente mucho?
–Todo el tiempo. Te convertís en un mentiroso serial y lleva mucho tiempo que la familia y los amigos recuperen la confianza en uno. Hoy logré lo contrario. Me convertí en una persona frontal por ahí que habla todo en la cara, que te trae otros problemas, pero mucho menores que mi adicción.
– ¿Cuándo en una familia suena la alarma de la ludopatía en uno de sus integrantes?
–Los ludópatas damos indicios. Si alguien pide plata de manera permanente, siempre con una excusa puede ser que esté empezando a apostar. Si alguien esconde el teléfono para hablar o para entrar a alguna página o para mensajearse es otro punto. Si uno cambia de humor de manera permanente, cuando gana está ahí arriba, cuando pierde está ahí abajo. Si alguien se deja estar en el aseo, no se baña, no se viste bien, eso se puede confundir con la adolescencia también puede ser un indicio.
–¿Extrañas apostar?
–Sé que voy a ser ludópata toda mi vida, a mí todavía hoy me agarran ganas de jugar, pero esa adrenalina ya no la tengo y soy feliz con un montón de otras cosas. Se que voy a convivir con eso toda mi vida, aunque ya esté bien. Encontré la felicidad en donde no sabía que estaba. Encontré la felicidad en mis amigos, encontré la felicidad en mis hijos, encontré la felicidad en esta charla, en poder contar mi historia para que a sus familiares no les pase lo que me pasó a mí.
Al final de la charla, más preguntas y aplausos. Un auditorio atento a los consejos para prevenir el ingreso a los consumos problemáticos, con las pantallas, el juego, las sustancias. Y ahí la historia de Cayetano que no es solo la de un hombre que perdió todo, sino que al contar lo que contó —sin esconder lo oscuro, sin exagerar lo luminoso— habilita algo que en la Argentina todavía cuesta: hablar de las adicciones sin prejuicio, sin burla y sin soledad.



